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Elecciones en Europa

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Cada cinco años hay elecciones en todos los países de la Unión Europea para formar el Parlamento supranacional que trabaja en sus tres sedes de Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo. Las del fin de semana pasado tuvieron por un lado resultados previsibles, y por otro lado, resultados muy preocupantes.

Cada cinco años hay elecciones en todos los países de la Unión Europea para formar el Parlamento supranacional que trabaja en sus tres sedes de Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo. Las del fin de semana pasado tuvieron por un lado resultados previsibles, y por otro lado, resultados muy preocupantes.

Dos fueron los datos previsibles. Primero, la participación ciudadana nunca es alta en estos comicios. Esta vez fue de 43% de los habilitados, igual que en 2009. Votar para incidir en la conformación de fuerzas que represente el espectro político del continente no despierta el mismo interés que el que se pone en juego en las legislativas o en las presidenciales de cada país. Eso favorece a las opciones políticas que son capaces de movilizar más a su electorado y que, por tanto, terminan teniendo una relativa sobrerrepresentación en el Parlamento. Segundo, la votación en toda Europa fue, mayoritariamente, para los partidos de izquierda y de derecha que se definen claramente como pro- europeos: juntos llegan al 70% del total de las preferencias. Dentro de esa mayoría, son los partidos de derecha, reunidos en el grupo del partido popular europeo, los más votados (28% del total).

Los resultados preocupantes merecen atención. Primero, recibieron fuertes apoyos ciudadanos partidos que son muy críticos del proceso de unión continental, en dos países relevantes política y económicamente: 27% en Gran Bretaña y 20% en Italia. Segundo y más grave, en varios países el voto ciudadano se expresó contundentemente en favor de partidos no solamente críticos de Europa, sino también y sobre todo, populistas, xenófobos, filo- autoritarios, cuando no, directamente racistas: 20% en Austria; 15% en Hungría; 12% en Holanda y 10% en Grecia. Incluso, fueron esos los partidos más votados en Francia (25%) y en Dinamarca (27%). Ya no se puede interpretar entonces estos apoyos como un simple voto- sanción, marginal o coyuntural. En realidad, son niveles de adhesión importantes, que se han ido asentando con el tiempo, y que permiten constatar la cada vez mayor afección de los europeos a las ideas execrables de la extrema derecha.

El asunto es grave. No solamente porque, al decir con razón del presidente francés, el país que pretenda salirse de Europa lo que hará, en realidad, es salirse de la Historia. Sino porque hay dos regiones claves, el norte de África y el este de Europa, que precisan de una Unión Europea fuerte y coordinada que promueva valores democráticos. Si, por el contrario, ella se debilita y queda presa de sus pulsiones nacionalistas, populistas y xenófobas, las consecuencias serán nefastas para todo el mundo: se estará poniendo en tela de juicio el modelo universal de gobierno que atiende, desde la Revolución Francesa, la exigencia de Libertad- Igualdad- Fraternidad. Baste ver hoy, por ejemplo, cómo actúan las potencias autoritarias china y rusa en la defensa de sus intereses nacionales, para constatar, como recuerda el gran historiador de la extrema derecha Zeev Sternhell, que “la democracia es vulnerable por doquier”.

A pesar de que nuestra región latinoamericanista- populista devota del charango y el bombo prescinde de estos debates universales, lo cierto es que lo que está en juego es qué tipo de multipolaridad internacional se afirma. La elección en Europa nos da una lección: el mundo no espera, y la gente tampoco.

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Francisco Faig

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