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Egoísmo cincuentón

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Francisco Faig
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Una de las facetas más llamativas y menos señaladas del episodio de las jubilaciones de los cincuentones de mayores salarios es que nos puso frente al espejo de nuestro sempiterno egoísmo generacional-social.

Las siguientes afirmaciones son respaldadas por datos estadísticos que, para no abrumar al inicio del verano, evito transcribir aquí. Hace al menos 30 años que sabemos que la pobreza golpea sobre todo a los más jóvenes; hace más de 30 años que todos los gobiernos priorizan fuertemente el gasto público social (GPS) en el total del gasto público; dentro de ese GPS, la parte del león se la llevan desde hace al menos 80 años, casi siempre, los gastos en seguridad social, es decir, el dinero que sobre todo atiende a los más viejos; nuestros resultados cualitativos en materia educativa son cada vez peores relativamente en Sudamérica, y en particular entre los jóvenes de las clases populares, hace al menos 20 años que sabemos que estamos formando mano de obra insuficientemente calificada, y que eso le impedirá ascender socialmente en base a empleos productivos y bien remunerados.

Como ocurre con toda reforma, la de la seguridad social de 1996 dejó ganadores y perdedores. El diseño de aquel entonces, explicado por cierto por el ex presidente Sanguinetti hace unos días, implicó la definición de que los perjudicados fueran pocos y, sobre todo, que fueran los mejores pertrechados para salir adelante. Se trató así de ciertos activos de salarios más altos, que por lo general son quienes además están mejor formados y cuentan con mayor capital cultural y social para poder proyectarse a 20 o 25 años con más posibilidades de éxito. Son también los que disponen de más capacidad de ahorro, por ejemplo, para invertir en buenos negocios que complementen luego su jubilación. Finalmente, no iban a ser tan perjudicados en el monto final de sus haberes si optaban por jubilarse a los 65 años, en un contexto de aumento de la esperanza de vida.

Pero esos activos, que hoy son cincuentones, que en su gran mayoría se sitúan en los tres deciles de mayores ingresos y que por tanto seguramente desde al menos 1996 vienen estando entre los más privilegiados de la sociedad, en vez de aceptar lo que la ley definió, decidieron ocupar el papel de víctimas a las que resarcir por las infamias neoliberales del pasado.

Con su capital cultural y social lograron que todo el sistema político, con la solución del oficialismo en particular, asumiera compromisos que los compensaran. Mayoritaria y equivocadamente, el país consideró entonces una injusticia que hayan sido los más privilegiados quienes más contribuyeran a la necesaria reforma de la seguridad social.

El resultado fue que un gobierno que se dice de izquierda definió así que toda la sociedad, entre los que están los más pobres, inclinará la balanza en favor de los relativamente más viejos y más ricos durante al menos los próximos 20 años.

Mientras que todo esto ocurría, se viralizó un videíto de unos jóvenes con armas y metralleta que, dicen, festejaban el asesinato de alguien. Sin embargo, nadie vinculó la preferencia nacional por satisfacer el egoísmo de unos pocos cincuentones más ricos con estas muestras de anomia social que involucran a las clases populares.

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