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El delivery como metáfora

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Es un protagonista urbano que llegó para quedarse hace ya un buen tiempo. Está en todas las ciudades más o menos importantes del país y oficia de metáfora de la nueva sociedad uruguaya: es el conocido delivery.

Es un protagonista urbano que llegó para quedarse hace ya un buen tiempo. Está en todas las ciudades más o menos importantes del país y oficia de metáfora de la nueva sociedad uruguaya: es el conocido delivery.

Su integración al paisaje urbano es un reconocimiento a los cambios en el consumo de las clases medias. Ya no se trata del pibe de los mandados en la cortita, barrial, vinculado sobre todo a la farmacia o al pequeño almacén. Con un poco más de plata y con los cambios de hábitos, se multiplicaron los pedidos de servicios de restaurantes, de distintas comidas rápidas y otro tipo de servicios similares. El cocinar para todos, por ejemplo, que antes era una tarea de género atribuida a las mujeres en el hogar, hoy es diferente. Aquí hay también un cambio en los roles familiares, que abre un espacio hacia una mayor libertad del tiempo ocioso pasado dentro de casa, y que utiliza periódicamente al delivery para tareas que eran consideradas por muchos como engorrosas y cansadoras.

El delivery se extendió también por la omnipresencia de las motitos baratas importadas gracias al desarrollo industrial chino de esta década. Los deliverys llegan más lejos y son más rápidos que sus antecesores que hacían sus vueltas a pie o en bicicleta. Obligados por lo general a ser expeditivos para poder ganar más, recibiendo también por lo general salarios bajos y con premios por comisiones, los deliverys andan por la ciudad violando reglas de tránsito elementales. Todos los vemos que así se manejan desde hace años, con riesgo de graves accidentes en los que participan más que cualquier otro conductor. Pasa en Montevideo sobre todo, allí donde nunca hay ningún inspector para fiscalizar el cúmulo de infracciones de todos los días que los tienen como protagonistas. Pero así permanecen: son la metáfora cotidiana de nuestra desidia nacional por enfrentar problemas graves y urgentes.

Quizá por esa práctica constante de infracciones de tránsito, los deliverys dejan los escapes de sus motitos abiertos: es la forma de hacer mucho ruido y advertir así a todo el mundo de su presencia por las calles. Otra metáfora bien lograda: los deliverys asumen soluciones que perjudican a todo el mundo y ensordecen la convivencia en la ciudad, pero que a su vez, ayudan a salir del paso en el mientras tanto (que para ellos se ha hecho eterno). Por supuesto, nadie se hace responsable por tanto ruido: ni los dueños de los locales para quienes los deliverys trabajan, ni los propios deliverys, ni, claro está, la ineficiente intendencia de turno.

Los deliverys son por lo general jóvenes, varones, y con baja calificación. No se precisa demasiada formación para su tarea de lleve y traiga. Allí, otra metáfora: son la mano de obra mal remunerada de la nueva sociedad que se beneficia de servicios a los que antes de esta extendida bonanza no podía acceder, pero que nunca podrá lograr puestos de mayor responsabilidad y mejores salarios en un esquema de ascensión social. Mientras dure la bonanza y las clases medias recurran a servicios de este tipo, tendrán sus puestos de trabajo garantizados. Apenas decaiga el ciclo económico serán de los primeros en sufrir las consecuencias.
Los deliverys por la ciudad son la metáfora cotidiana de varios de nuestros problemas como sociedad. Están allí, a simple vista. Pero preferimos no verlos y seguir disfrutando de la “dolce vita”.

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Francisco Faig

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