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Cinismo de izquierda

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En estos años de ejercicio del poder frenteamplista se han acumulado episodios que han desencantado a la opinión pública. Pero en estos días de campaña electoral hubo dos noticias particularmente ingratas.

En estos años de ejercicio del poder frenteamplista se han acumulado episodios que han desencantado a la opinión pública. Pero en estos días de campaña electoral hubo dos noticias particularmente ingratas.

La primera refiere a la voluntad de la izquierda de modificar el delito de abuso de funciones por el cual han sido procesados, entre otros, Lorenzo y Calloia. Cualquiera se da cuenta de que es una iniciativa que procura aliviar las posibles responsabilidades penales de estos dos importantes referentes del equipo económico de esta administración. Independientemente de la pertinencia jurídico-técnica del asunto, el problema es evidente y es político. ¿Cómo es posible que se apure hoy, en este contexto electoral y con esta causa penal abierta que está lejos de agotar todas sus instancias, una reforma legal de este tipo? Hay que serlo y parecerlo: esta modificación calza a medida para favorecer a los compañeros involucrados en el caso Pluna.

La segunda ha sido menos publicitada. Refiere a que la Mesa Política aprobó que la presidenta del Frente Amplio, Mónica Xavier, pueda figurar en todas las listas al Senado para las elecciones de octubre. Así, situando a Xavier entre los tres primeros titulares de la lista con un suplente varón, y sabiendo que ella optará por ser electa por la lista socialista, toda la izquierda puede saltearse las dificultades políticas que impone la ley de cuotas de género. Esto ocurre a pesar de que sigue en pie la decisión del Plenario frenteamplista de que el cargo que ocupa actualmente Xavier es incompatible con el cargo de senador. Es decir que no solo trampean la cuota de género. También ponen a una candidata en todas las listas que, por decisión vigente de esa fuerza política, no podrá ejercer en el senado si se mantiene como presidente de la coalición.

Hay mucha desvergüenza. Es una mezcla de cinismo, soberbia e impunidad. Son dos iniciativas que muestran que el Frente Amplio ha perdido el rumbo en algo muy importante para un partido político: el respeto por la inteligencia de la ciudadanía. Porque si bien es cierto que ellas se amparan en la extendida lógica leninista del comité que explica que todo está permitido a los compañeros por considerarse superiores moralmente, también es cierto que todo tiene un límite.
Votar la impunidad para los compañeros y desprestigiar de un discreto santiamén un instrumento clave para afianzar la igualdad de género, no sale gratis. Quizá la claque que se resguarda tras el muro de yerba no lo perciba. Pero la gente común y corriente, alguna incluso afín a cierta identidad frenteamplista más difusa, sí se da cuenta de estas maniobras. No las recibe de buen modo. Es la gente que tendrá que votar ahora nomás; es la que descubre, hoy, nuevas razones para decepcionarse de la izquierda.

Cuesta creer la ceguera de los dirigentes frenteamplistas. No son capaces de percibir que al tomar estas iniciativas sin que se les mueva el seregnista bigote, lo único que logran es hundirse en un mayor desprestigio. Creen que su principal adversario, que va por la positiva y crece en aprobación, hace puro marketing. Aplauden una reacción galena que es francamente infantil: emprenderla contra las encuestadoras. Ni siquiera se dan cuenta de que ellas reflejan un estado de opinión que, simplemente, traduce en relativa desaprobación este talante cínico que ha ganado al Frente Amplio.

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Francisco Faig

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