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Causa nacional

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Gustavo Penadés

La víspera del 1º de Mayo se vio conmocionada por la muerte de un trabajador del taxímetro. Ella determinó la paralización del transporte colectivo a partir de las primeras horas de la tarde.

No es la primera vez que suceden hechos de esta naturaleza. El más importante y desgraciado es, naturalmente, la muerte del trabajador. Mas, no advertimos que la reacción de justa indignación de la UNOTT se constituya en un aporte para la solución de los episodios de violencia que diariamente deben enfrentar los trabajadores. Las situaciones de violencia, sobre todo en horas de la noche, están a la orden del día en todo Montevideo, ya sean rapiñas o pedreas a los vehículos en especial en las rutas de acceso.

Hasta ahora, ante situaciones similares, los paros han sido seguidos de instancias de negociación con el Ministerio del Interior. Posteriormente se refuerza la presencia policial en determinadas zonas. Luego, con el paso de los días y de los meses se vuelve a la situación anterior: la repetición de los hechos de violencia.

Los trabajadores del transporte poseen un poder tremendo al ser capaces de paralizar el país buscando atraer la atención pública. Sin embargo nos preguntamos cuánto tiene de efectiva la medida. Podríamos estar equivocados pero nuestra impresión es que las situaciones se repiten y que, lejos de disminuir, los problemas aumentan. Lo más grave, si cabe, es que la violencia que sufren los trabajadores del transporte no es algo aislado sino una manifestación más de la violencia que sacude nuestro país. Nos decía una señora, indignada y afectada por el paro del transporte, que las mujeres deberían realizar paros cada vez que una mujer es víctima de violencia doméstica. Su comentario no hace más que verbalizar el sentimiento ciudadano de que nos vemos sometidos a la violencia omnipresente. Sea en los barrios más alejados, sea en el centro, en las zonas rurales, en la calle, o en los centros de enseñanza.

Al respecto podemos apreciar que se dan dos fenómenos. Uno es una suerte de acostumbramiento a que la violencia es un dato más de la cotidianeidad, que está presente y que su tendencia al crecimiento no puede revertirse. A la vez, se acentúa la actitud de las personas a buscar formas de procurarse su propia seguridad. Unos lo pueden hacer por contar con los recursos económicos necesarios y así contratan empresas de vigilancia, alarmas, etc. Pero, la mayoría no puede acceder a esos servicios. Ello determinará, inexorablemente, que por un lado la seguridad se busque por medio de iniciativas particulares y, por el otro, que la riqueza sea la medida de la propia seguridad, y que ésta se consolide como factor de inequidad social.

Por nuestra parte nos negamos a aceptar la hipótesis de que la violencia es un fenómeno irreversible. Claro que no es tarea fácil, ni tampoco de responsabilidad exclusiva de un organismo estatal ya que, por el contrario, se trata de una causa nacional.

Confiamos en que alguna de las iniciativas adelantadas por el gobierno prosperen y se acepte la contribución que desde el Parlamento el sistema político en su conjunto está otra vez dispuesto a realizar.

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