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El capricho volador

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El país no precisa invertir en una línea aérea de bandera nacional. De hecho hace 3 años que ella no existe, y no pasó nada grave: los turistas siguieron llegando en muy buen número y la conectividad fue cubierta con creces, por la oferta del mercado.

El país no precisa invertir en una línea aérea de bandera nacional. De hecho hace 3 años que ella no existe, y no pasó nada grave: los turistas siguieron llegando en muy buen número y la conectividad fue cubierta con creces, por la oferta del mercado.

Sin embargo, con el apoyo de una amplia mayoría política se ha puesto dinero público en el capricho volador de Alas-U que, parecería, empezará a operar en poco tiempo. Luego de más de 3 años de sucesivas extensiones del seguro de paro para algunos privilegiados ex-funcionarios de Pluna, Alas-U ya se ha gastado más de 7 de los 15 millones de dólares que el Fondes le otorgó y que provienen de las ganancias del Banco República.

Para justificar el asunto hay dos tipos de argumentos. Están por un lado los que dicen que antes también se hacían estas cosas, pero que de ellas se beneficiaban empresarios prebendarios. Ahora, se trata de una “vela prendida al socialismo”, como dijo Mujica.

De forma general, se dice que las críticas contra Alas-U se inscriben en una decisión del neoliberalismo de perjudicar a las empresas públicas en tanto instrumentos de desarrollo nacional.

Se alega que hay poderosos intereses transnacionales neoliberales que vienen por nuestra riqueza, cuyas estrategias incluyen, por ejemplo, ventilar la mala gestión de los entes públicos.

Tontería similar, pero de signo inverso, ya se escuchó antes. Cuando el Frente Amplio estaba en la oposición, decía que la mala gestión de ciertos entes del Estado se hacía, en realidad, para desmerecerlos ante la población, y así favorecer futuras privatizaciones neoliberales.

Por otro lado está la idea de que no es tanta plata la que está en juego en la inversión de Alas-U. ¿Qué son 7, 10 o 15 millones, para un PBI de más de 50 mil millones de dólares?

En la misma línea de razonamiento, se dice en voz baja que los cientos de millones perdidos en malas inversiones de los entes industriales tampoco son tan graves, porque de alguna forma se dinamizó la economía.

Alegan que algo positivo siempre queda: son inversiones que se pueden tocar, dieron trabajo y sirven al país. Para que una tontería similar pueda extenderse con éxito, se precisa omitir nociones tales como eficiencia, productividad, rentabilidad y competencia.

El problema aquí no es el fantasma de un agazapado neoliberalismo. El problema es que estos flojos argumentos están legitimados por nuestro sentido común ciudadano que transpira estatismo clientelista prebendario. Nadie da un debate de fondo contra ellos ni hace pedagogía política, contrariando estos eslóganes tan profundamente arraigados en el batllismo de Maracaná.

Además, la bonanza de las clases medias y la fractura social urbana han hecho que perdamos el sentido de las prioridades nacionales. Ellas nos impiden percibir en nuestro cotidiano la urgencia social que sigue viviendo el país y que precisa, rotundamente, que el mayor esfuerzo fiscal vaya siempre a inversiones en educación pública en barrios periféricos. Si nos quitamos los anteojos ideologizados que justifican estas pésimas inversiones de los entes públicos, veremos que estos despilfarros hipotecan el futuro del país. De verdad: la cosa no está para caprichos.

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Francisco Faig

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