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Dos caminos

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Francisco Faig
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Aun año de las elecciones generales el país tendrá la opción de dos caminos: la polarización que impone el balotaje no es teórica ni artificial, sino que efectivamente se apoya en diferencias de fondo.

Por un lado, hay una izquierda cuya vieja generación está en retirada. Su renovación está marcada por un extendido constanzamoreirismo ideológico que cree en serio que hay que profundizar los cambios girando más hacia la izquierda. No hay voluntad ninguna de transar con nuestra histórica amortiguación social. Ni siquiera se reconoce que nuestro mundo productivo esté exhausto. Ella estima, sinceramente, que la izquierda kirchnerista y la de Lula en Brasil manejaron bien la economía de sus países. Y de verdad considera que hay un plan transnacional para perjudicar al progresismo de la región.

Esa izquierda defenderá con uñas y dientes la herencia frenteamplista de sus tres gobiernos. Hacia adentro, vitalizará su militancia con el cuco del peligro del neoliberalismo restaurador. Pero sobre todo, es plenamente consciente de que los miles de contratos y altos salarios estatales de los que sus militantes se benefician hace lustros, y que jamás obtendrían en competencia en el mundo privado, dependen enteramente de ganar nuevamente las elecciones. Hacia afuera, el argumento será el clásico conservador-reaccionario: si pierde el Frente Amplio (FA) advendrá el caos y se acabarán todas las políticas de bienestar social.

Por otro lado, blancos y colorados son los partidos desafiantes que, en conjunto, liderarán la alternativa. Los blancos han procesado una renovación generacional evidente, aunque con capacidad dispar y descuidando al mundo urbano y popular. Los colorados, más débiles, intentan posicionarse con perfil propio e ideas claras de qué hacer en el Estado.

Sea desde la evolución, desde el cambio radical, desde la tecnocracia al servicio del gobierno o a partir de la experiencia del quehacer del Estado, lo cierto es que esta alternativa es un camino bien distinto al del FA. En la inserción internacional, procura abrir lo más posible nuestra economía en una región que ya no cree más en el progresismo continental; en la calidad de las políticas públicas, plantea rendiciones de cuentas que permitan evaluaciones y correcciones periódicas; en la educación pública, sugiere un cimbronazo vital, en el que incluso participarían figuras de la izquierda, para cambiar el signo de decadencia actual; en la política de seguridad, augura un golpe de timón que devuelva la posibilidad de convivir civilizadamente, sobre todo en los barrios populares urbanos.

Es pueril creer que el FA atenuará el sentido de su propuesta, ya que su trillo está muy marcado en el sentido de ir hacia un giro izquierdo más radical. A su vez, los desafiantes sí propondrán cambiar rumbos, aunque no por ello reivindiquen manejar retroexcavadoras. En este contexto, aspirar a soluciones de consensos globales y abarcadores, como sugirieron recientemente y en conjunto las autoridades jóvenes frenteamplistas, blancas, coloradas e independientes, es más propio de las aventuras de Bambi en el bosque que de dirigentes políticos serios.

En un año el pueblo votará por dos caminos bien distintos. Y terminará de optar por uno de ellos en el balotaje.

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