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El camino propio

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FRANCISCO FAIG
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Por muy clásica que parezca la visión realista de la política exterior, razonar a partir de los intereses de los Estados sigue siendo una buena forma de pensar las relaciones internacionales. Y es una perspectiva que importa revivificar luego de 15 años de retórica y política izquierdistas.

Si bien el Mercosur existe y es una plataforma clave para la región, no es menos cierto que los intereses de sus Estados parte no siempre convergen. En cualquier proceso de unión se mantienen divergencias, fuertes enfrentamientos y políticas rivales: creer que ellos desaparecen tras la voluntad compartida de una apertura regional, es tan infantil como equivocado.

Los intereses nacionales sustanciales de Uruguay no son los mismos que los de Argentina o los de Brasil. Aquellos que sueñen con la patria grande de inspiración metholista, de tanta influencia por ejemplo en la concepción internacional del expresidente Mujica -que lejos de haber sido un lujo, fue nefasta para el país-, lo que hacen, en realidad, es negar torpemente la historia y la geografía del continente.

Sin necesidad de volverse especialistas bien podrían, al menos, leer el excelente libro “La vieja trenza” de Sergio Abreu, de forma de quitarle la emoción latinoamericanista de inspiración folclórico-mercedosista a la quimera de la patria grande, y asumir pues la realidad de las rivalidades de intereses, esas que nos vienen del fondo de la historia y que perdurarán por muchísimo tiempo más.

Sin incluir esa dimensión de confrontación de intereses nacionales, no se entiende, por ejemplo, el conflicto entre Argentina y Uruguay por Botnia: aquellos que crean que se trató de un problema medioambiental, que sepan que los reyes magos no existen. Igual de crédulos son aquellos que hoy entiendan que el asegurado naufragio de 20 años de negociaciones Mercosur-Unión Europea, responde a un problema medioambiental por el Amazonas. La verdad que cualquiera que sepa algo de estos asuntos conoce hace décadas, es que es impensable que Europa ponga en riesgo su autosuficiencia y seguridad alimentaria por causa de abrirse a la zona más competitiva del mundo en ese rubro, formada por los dos gigantes que son Brasil y, potencialmente y a pesar de su peronismo distorsivo, Argentina.

Una de las virtudes de ser un país estable, de fuerte tradición democrática respetada, geográficamente clave y con poco peso comercial, es que no somos un problema para las grandes potencias mundiales. Como bien enseñaba Luis Alberto de Herrera hace más de un siglo ya, la buenaventura de Uruguay precisa de amigos poderosos y lejanos. La ventaja es que, hoy, ellos están al alcance de la mano: Estados Unidos, Reino Unido y la propia China.

Ese que es nuestro interés nacional, no tiene por qué ser, es, el de Argentina o el de Brasil, quienes se verán relativamente relegados en su desarrollo comparativo si, por ejemplo, nos transformamos en enorme potencia exportadora de carne; concentramos el peso industrial del procesamiento de la madera de la región; afianzamos la plaza financiera garantista más destacada de Sudamérica; o formamos el mejor polo universitario internacional con sede en Punta del Este.

Nuestro presidente sabe todo esto de memoria. Que el canciller lo acompañe.

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