Los numerosos intentos de la izquierda de minimizar el triunfo de Lacalle Pou en el balotaje son una señal política muy grave.
Que Lacalle ganó por el anca de un piojo; que el país está dividido en mitades casi iguales; que la remontada de Martínez fue épica e implicó un triunfo político claro; que si luego del resultado del balotaje Lacalle avanza con su plan de acción se asegurará un fuerte trancazo social; que infelizmente el pueblo se despertó demasiado tarde como para alcanzar la mayoría, pero que al menos sus intereses estarán bien custodiados por el poderoso Frente Amplio (FA) que lo representa casi que a paridad con quienes votaron a Lacalle.
Todo eso se escuchó esta semana, y por supuesto que formó parte de una estrategia definida que se inició en la noche misma del balotaje, cuando ni el FA ni Martínez admitieron una derrota que ya en ese momento era tan evidente como contundente.
La realidad es muy distinta: el triunfo de Lacalle Pou en el balotaje no fue ajustadito ni menor sino claro e inapelable; la votación de noviembre no es la que fija la representación política del país sino la de octubre, cuando el FA logró 42 diputados en 99 y 13 senadores en 31, es decir, cuando de ninguna manera se quedó con la mitad del país; la remontada a destacar, inigualable, es la de Lacalle Pou, que pasó de 28% en octubre a ganar con más del 48% en noviembre; el triunfo político, enorme, es el de un entretejido formidable de una coalición de partidos que aseguran mayoría parlamentaria para un gobierno de cambio y un liderazgo presidencial renovado y legitimado; y el pueblo, definitivamente, nunca se durmió en estas elecciones, sino que fijó cada vez y con inteligencia, mandatos claros a unos y a otros con los que asegurar herramientas para una alternancia firme en el poder, liderada por un presidente de 46 años.
Por un lado, el relato izquierdista intenta así debilitar la legitimidad de origen del gobierno electo para socavar su acción reformista. Pero por otro lado, Mujica declara que la futura oposición frenteamplista atenderá a una construcción común y será de responsable razonabilidad.
La jugada, no por vieja y conocida, deja de conquistar algunas almas ingenuas de la coalición multicolor. Consiste en ningunear por un lado un triunfo inapelable, y hacer creer por el otro que habrá buena voluntad con el nuevo gobierno. Empero, llegado el momento, ocurrirá que la “buena voluntad” frenteamplista “constatará” que el gobierno, deslegitimado por el continuo relato generado por la cultura hegemónica izquierdista, se mantiene “terco” en emprender cambios que “el pueblo no apoyó”, por lo que “no le queda más remedio” que “enfrentarse radicalmente” al “neoliberalismo” de una coalición “ensoberbecida” que “no escucha la voz del pueblo” que es representada, genuinamente, por el Frente Amplio.
Para que la alternancia tenga éxito, su sino debe ser el de un buen Tannat que respeta lo mejor de nuestras tradiciones y tiene fuerte personalidad. Alcanza con conocer los infames antecedentes históricos del FA en la oposición, y con analizar lo que ha hecho políticamente al menos desde el 27 de octubre, para concluir que intentará, a cualquier costo, impedir ese éxito. Su objetivo será, siempre y sin dudarlo, el de aguar el mejor vino del país.