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Con el sudor de tu frente

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FERNANDO SAVATER
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La pandemia ha trastornado a fondo nuestras vidas pero no ha cambiado nuestras necesidades básicas.

Por eso es absurdo el dilema entre salud o economía. Sin salud de nada sirve la mas floreciente economía pero si se hace imposible conseguir los bienes que sustentan y protegen nuestra vida, la salud se convertirá en un cruel espejismo. Podemos considerar el trabajo como una maldición bíblica que castiga nuestra naturaleza pecadora, pero son ganas de derrochar en vano dramatismo.

El trabajo es la contrapartida de nuestra libertad, el efecto irrenunciable de que no hayamos sido programados hasta nuestro último resorte por la evolución. Trabajamos para compensar con creces la debilidad e inconstancia de nuestros automatismos. Y la red de vinculaciones del trabajo con la organización social, el reparto de labores que diseña la vida en común, la desigualdad producida por el reparto de lo producido y las pugnas de poder que suscita, todo ello hace de la necesidad del trabajo no sólo una cuestión de supervivencia individual sino el espinazo mismo de la convivencia colectiva. La evolución de los grupos humanos es la transformación de sus modos laborales.

De modo que también durante la pandemia seguimos trabajando, aunque las exigencias de la higiene han cambiado en muchos empleos la manera de desempeñarlos. Las mayores quiebras han ocurrido en las tareas donde es inevitable la proximidad y atención personal entre el trabajador y el cliente: hostelería, transportes, espectáculos, servicios de estética corporal, atención a ancianos o personas dependientes, educación (sobre todo primaria y elemental), etc... En estos campos se ha dado en bastantes ocasiones una suspensión casi total de las actividades de graves consecuencias económicas.

En cambio otros trabajos han resistido mucho mejor el tirón pandémico: incluso parece que han aprovechado esta difícil ocasión para reinventarse en cierta manera. Me refiero a los casos en que es posible el teletrabajo, es decir seguir con el oficio pero a través de internet. Evidentemente se pierden así (o se modifican radicalmente) muchos de los aspectos mas sociables y diríamos que humanistas del trabajo, como el apoyo de los compañeros o el aprendizaje de los veteranos, pero la función productiva se sigue llevando a cabo. Y como la nueva situación presenta ventajas de rapidez, ahorro en desplazamientos, etc...es probable que este nuevo tipo de trabajo a distancia haya llegado para quedarse, mas allá de la duración de la presente epidemia. Desde sus orígenes, el trabajo ha servido para satisfacer nuestras necesidades y desarrollar nuestra capacidad inventiva pero también para integrarnos socialmente, incluso para hacernos sentir nuestra condición social. Nada descubre mejor nuestra sociabilidad que el esfuerzo laboral. Pero a lo largo de los siglos, las formas de trabajo se han ido despersonalizando, automatizando, haciendo mas tenue o menos evidente el vínculo de reconocimiento humano que establece con los demás. Forzado por la pandemia, el ejercicio laboral nos está ahora acostumbrando a obrar alejado de los otros en vez de sudar junto a ellos. Un paso más hacia una nueva situación cuyas ventajas e inconvenientes, por radicales que sean, apenas podemos vislumbrar.

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