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La peor superstición

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Fernando Savater
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Es un dicho de nuestra lengua que la experiencia es madre de la ciencia. Y así sucede, no solo porque la experiencia confirme o invalide las hipótesis de los científicos sino porque a menudo despierta su imaginación investigadora.

Tomemos un suceso histórico: en 1939 la Universidad de Pavía expulsó en aplicación de las inicuas leyes raciales fascistas al profesor de anatomía Giuseppe Levi. Con el paso del tiempo, tres discípulos suyo llegaron a recibir el premio Nobel (Rita Levi Montalcini, Salvatore Luria y Renato Dulbecco). Otro de sus alumnos también aprendió algo decisi-vo del él, pero que no era de orden estrictamente científico sino moral. Si un profesor tan destacado podía ser desprovisto de la cátedra por culpa de su raza, es que el criterio racial era absurdo y brutal, inhumano. Por tanto, este alumno decidió estudiar en serio el supuesto fundamento biológico de las razas para desmontar las exclusiones y abusos de poder basados en ellas. Y lo consiguió, vaya que si lo consiguió. Este aplicado estudiante y luego admirable maestro fue Luigi Luca Cavalli Sforza, el gran genetista que acaba de morir en Belluno (Italia) a los 96 años.

Cavalli Sforza se dedicó a estudiar o más bien a descubrir la distribución genética de las poblaciones humanas, tan aparentemente distintas en ciertos rasgos externos como íntimamente emparentadas entre sí a pesar de ellos. Llegó a la conclusión de que, pese a la variabilidad genética de la población humana, hay en ella una continuidad fundamental que impide creer objetivamente en grupos radicalmente separados. Las razas son agrupaciones superficialmente justificadas que a fin de cuentas dependen de la mirada —y a menudo las intenciones políticas— de quienes las acuñan, como las constelaciones astronómicas no son hallazgos científicos sino caprichosos inventos de los que pretenden ordenar las estrellas. Las verdaderas diferencias importantes, dice Cavalli Sforza, son entre individuos, no entre grupos raciales. Por comodidad taxonómica podemos establecer esas "familias" genéticas, pero sabiendo que nunca legitiman determinar a los individuos a partir de las mismas. En el fondo, lo más detestable del racismo biológico no son los abominables usos políticos que se han hecho de él (y que no lo serían menos si fuese científicamente cierto) sino el archivamiento de los individuos según determinaciones rígidas ajenas la particularidad de cada uno de ellos. Los viejos filósofos dijeron que el individuo es inefable y en cierto sentido la genética les da la razón. No es ocioso recordar que Cavalli Sforza abogó también por una medicina lo más centrada que resulte posible en los individuos y cortada al talle de cada cual, no doblegada a la generalización despersonalizada de los tratamientos que a veces inevitablemente impone la sociedad de masas. Todos distintos en personalidad, todos iguales en humanidad. No es mala conclusión para el humanismo en cuya base científica colaboró sagazmente Luigi Luca Cavalli Sforza. Que la tierra le sea leve y la memoria no borre sus lecciones.

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