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Origen y destino

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FERNANDO SAVATER
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De las circunstancias externas que condicionan la vida de cada individuo humano, hay algunas aleatorias, accidentales, que dependen de azares que concurren junto a la cuna del recién nacido como aquellas hadas de los viejos cuentos que le aportaban caprichosos beneficios o maldiciones.

En cambio hay otras cuya influencia nunca falta, que son necesarias al hacerse presentes y aún más cuando crean el hueco de su ausencia, que constituyen lo que los sabios antiguos llamaron el destino del ser humano. De todos y cada uno de los seres humanos.

La principal de esas circunstancias fatales (en el sentido de inevitables) es la familia. La existencia de cada cual brota en relación dialéctica con la familia, con la que se tiene y con la que se echa en falta, con su amparo y su desahucio, con el amor nunca satisfecho y con el rechazo.

La tragedia griega, las leyendas medievales de héroes huérfanos, las novelas decimonónicas de mujeres que no quieren ser madres y de niños que reclaman a toda costa una, los personajes desarraigados de los relatos modernos... todos vienen a ser historias familiares, que parten de la circunstancia originaria y dan más o menos vueltas hasta desembocar en lo que el destino prefiguró desde las brumas confusas del comienzo. No hay vida sin familia, aunque cada familia tiene su propia forma de condicionar la vida...

Hoy la familia es un tema que suena anticuado, incluso reaccionario. Se da por necesariamente aceptado que la procreación natural no debe ser privilegiada respecto a otras formas de reproducción artificial y el derecho de todos los nacidos a su filiación binaria (una de las bases de nuestro humanismo occidental) debe ceder ante el supuesto derecho de cualquier adulto a encargar la fabricación de un retoñó sin pasar por los trámites habituales de emparejamiento heterosexual, compromiso parental, etc... Es lícito programar huérfanos de padre o madre porque esos términos antes tan augustos hoy son simplemente una forma de hablar entre tantas posibles. La confusión entre procrear o criar a un niño está hoy tan asentada que ni siquiera se comprende a los que tratan de discutirla.

Existen muchos más estudios sobre las perplejidades revolucionarias que plantean los transgénero que sobre lo que significa actualmente la maternidad. Etc... Solo la crónica rosa de la llamada "prensa del corazón" se ocupa, a su manera, de las relaciones inestables de pareja, los conflictos entre padres e hijos y los repartos de herencias.

En el terreno político, desde la izquierda se proponen nuevos tipos de matrimonio y formas de procreación próximas a la ciencia ficción, mientras que desde la derecha se defiende con obstinación poco ilustrada el modelo más tradicional sin preguntarse dónde y cómo sigue siendo posible.

"¡Familias, os odio!" exclamó André Gide, que veía en esa institución aún dominante un obstáculo para el libertinaje. Hoy a la familia, de la cual parte la vida de cada uno y a la que regresa de otro modo por meandros desconcertantes, no se la odia pero se la ignora y se minimiza de modo suicida su importancia. Sin embargo, me atrevo a decir que pensar el futuro del hombre es ante todo reflexionar sobre el porvenir de la familia, menospreciada, malentendida y sin embargo tan imprescindible como siempre lo ha sido.

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