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Nuestros recursos

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La agropecuaria ha sido el principal motor de nuestra actividad económica. No solo ocupa la mayor parte del territorio pero también ha generado ingresos genuinos, producto de la riqueza de nuestros recursos naturales, durante un período histórico más extenso que la propia existencia como nación.

No tenemos grandes reservas minerales, tampoco petróleo, pero nos hemos beneficiado por siglos de los factores fundamentales que, combinados, posibilitaron generar una producción agropecuaria de calidad: suelo, clima, agua y el hombre de campo.

Por muchas décadas el sector agropecuario recibió críticas desde la sociedad urbana por su modelo productivo extensivo, baja productividad, pobre aplicación tecnológica y empleo. Diversas razones, algunas de ellas históricas, fueron generando una visión de enfrentamiento entre campo y ciudad cuyos rezagos aún permanecen, generando en pleno siglo XXI una incomprensión de los problemas que esta grieta implica, afectando la capacidad de impulsar propuestas de desarrollo integral para beneficio de la sociedad.

La producción en el sector primario es la base de nuestra principal cadena exportadora, derramando sus beneficios al resto de la economía. No obstante, su consideración es menor a la hora de la distribución de los recursos, pues no es lo mismo la educación, la salud, la infraestructura, las comunicaciones en el interior, siendo muy distintas las oportunidades para los ciudadanos, dependiendo dónde nacen y se desarrollan. Esto es así y permanece a lo largo del tiempo, manteniéndose una verdadera deuda social con el interior, a pesar de los enormes recursos que se siguen transfiriendo a los centros urbanos.

El campo ha tenido grandes transformaciones en las últimas décadas, diversas crisis económicas, de mercados y la falta de rentabilidad, inviabilizaron las explotaciones de menor escala, afectando el entramado social, el poblamiento de la campaña, hoy llena de taperas, tristes recuerdos de muchos que dejaron el medio para engrosar los cinturones urbanos de pobreza.

A partir de fines del pasado siglo, prevalece un modelo empresarial que intensificó los sistemas productivos, fundamentalmente a partir del ciclo de auge de las materias primas. La irrupción de capitales externos buscando refugio ante la caída de la renta financiera, generó el mayor proceso de concentración y cambio de manos de la tierra en la historia.

Pasada la bonanza de los precios y en tiempos de sostenida elevación de los costos, la búsqueda por mejorar la rentabilidad agropecuaria trajo una fuerte presión sobre los recursos naturales. Debemos encontrar el difícil equilibrio entre la intensificación, el cuidado del medio ambiente, sin caer en normativas que impidan el desarrollo productivo pero que apunten a una sostenibilidad del sistema, recuperando el deterioro visible de nuestros suelos y cursos de agua.

Defender nuestros recursos naturales responsablemente es una prioridad a la hora de discutir los grandes temas nacionales en tiempos electorales. Debemos hacerlo en forma criteriosa, sin dogmatismos pero con el sentido de entregar a la próxima generación, una mejor situación de la que recibimos. El equilibrio entre producir y cuidar el medio ambiente siempre es difícil pero necesitamos encontrar el camino, preservando nuestra mayor riqueza. Debe ser política de Estado.

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