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Las cosas por su nombre

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JUAN MARTÍN POSADAS

El Partido Nacional, a través de su sector mayoritario, presentó en el Senado (y se aprobó) un proyecto de ley llamado de repoblación de la campaña. Es un disparate. Pero no quiero analizar ese texto, sino atraer la atención hacia algo mucho más general. Se trata de un proyecto de ley con rasgos y coloratura frentista.

Un partido político es, por definición, una parte de la nación; representa o recoge una parte de la opinión pública. Por eso se llama partido. Un gremio, en cambio, recoge o defiende algo más estrecho. El gremio de la construcción atiende a los intereses de los obreros de la construcción exclusivamente. Los llamados partidos de clase defienden solamente los intereses de una clase, pero en el Uruguay no existe ese tipo de partidos.

Los partidos políticos que existen en el Uruguay tienen proyectos sobre toda la realidad nacional, se interesan y se ocupan por todos los problemas del país, buscan y proponen soluciones con una visión general, y convocan a toda clase de ciudadanos. Pero ningún partido político es la nación: son y representan una parte de la nación. Hasta aquí, todos de acuerdo.

Ahora bien: si los partidos políticos representan o se identifican con una parte de la nación, quiere decir que no se identifican ni representan a otra parte de la nación. Esto es nada más y nada menos que una conclusión lógica. Pero tiene implicancias políticas, como enseguida se verá.

Los partidos políticos uruguayos -nos dicen los eruditos- son lo que la teoría llama partidos "catch all". Eso mismo sostienen, ya no en inglés, los operadores políticos nativos cuando insisten que su partido tenga un ala derecha y un ala izquierda para barrer toda la cancha y no dejar que se escape nada por ningún lado. Usted habrá escuchado hablar en esos términos a blancos, colorados y frentistas. Hablar y actuar.

Pero todo el mundo sabe que, en el Uruguay, el grueso de la pesca está en el centro. En consecuencia, todos los partidos tienen alas por un extremo y por el otro pero con moderación. El resultado final a que conduce (y ha conducido) esta estrategia pesquera llevada a sus últimas consecuencias lógicas y prácticas, es a una cosa fofa, sin forma ni contenido preciso, lo que los jóvenes considerarían una lavativa. El resultado final son partidos sin propuestas: con puras respuestas y respuestas cada vez más parecidas entre sí. Partidos que se imitan unos a otros, que se disfrazan para arrebatarse la clientela (la pesca) mediante el subterfugio de confundirla. Terminan siendo partidos confundidos en sí mismos, sin iden- tidades firmes, temerosos de pronunciarse porque, queriendo abrazar a todos, si conforman a los de esta punta pierden por la otra.

Eso es pésimo. Termina en dos tragedias. Por un lado enoja a los partidarios más fieles que se sienten burlados y se preguntan ¿en qué partido estamos? Por el otro lado, a la masa ciudadana, que no es de ningún partido pero quiere votar a conciencia en las elecciones, le hace perder todo interés porque la enfrenta a tener que elegir entre lo mismo (lo cual es imposible y, por si fuera poco, muy aburrido).

Un partido político serio está plantado en un lugar, visiblemente a favor de esto y en contra de aquello y tiene confianza (y convicciones) suficientes como para apostar a que la autenticidad le traerá la adhesión de muchos ciudadanos. No de todos, claro está. Pero su aporte a la nación -que es por lo que, en definitiva, va a ser juzgado y valorado- será superior.

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