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El tren puede pasar

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FERNANDO MATTOS
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Durante la visita protocolar al presidente electo Luis Lacalle Pou por parte del embajador de Estados Unidos en Uruguay, Kenneth George, volvió a ponerse arriba de la mesa la posibilidad de avanzar en un TLC.

Pocos días después, en llamada del secretario de estado Michael Pompeo, el Presidente Lacalle consultó acerca de este tema al jefe de la diplomacia norteamericana, quedando pendiente una respuesta.

De inmediato, recordamos los episodios ocurridos durante la primera presidencia de Vázquez, cuando el gobierno propuso estudiar un tratado con la anuencia de Estados Unidos. Las diferencias internas entre sectores del Frente Amplio fueron decisivas a los efectos de rechazar esta negociación. A instancias del ministro Astori, consciente de las oportunidades que el acuerdo podría generar, recibió el respaldo del presidente.

No obstante, fue más fuerte la voz de los sectores radicales que soñaban con la utópica integración latinoamericana, basada en identidades ideológicas. A efectos de mantener la unidad partidaria, Vázquez optó por no generar divisiones, aun sabiendo que se perdía una gran oportunidad expresada en la metáfora de que “hay trenes que pasan una sola vez”.

A esta aseveración, el canciller Reinaldo Gargano contesta que “hay trenes que pasan por arriba”, en una expresión impactante que desautorizaba a la máxima autoridad. Hoy se sigue debatiendo acerca de aquél episodio, sobre todo si fue o no una oportunidad perdida.

Lo cierto es que el comercio mundial, bajo la órbita de la OMC, ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo para lograr un mercado más libre por medio del multilateralismo.

El escaso avance comercial por la complejidad que implica llegar a consensos entre sus miembros, ha impulsado las negociaciones bilaterales en los que los TLC han tomado absoluto protagonismo, representando hoy una gran parcela del comercio global. Esto quiere decir que el mundo ha avanzado mucho en materia de liberalización, mientras nosotros hemos quedado paralizados en discretos intentos a través del Mercosur y nuestros competidores mejoran significativamente su condición de acceso.

Esto no quiere decir que debemos renunciar al Mercosur, pero si tratar de incidir para un cambio de enfoque, intentando obtener la autorización para la negociación individual como la lograda por Batlle en el caso del TLC con México.

No se puede emitir juicio a priori respecto de la conveniencia o no de firmar un TLC, en la medida que no se negocian los términos, las condiciones, se identifiquen y protejan a sectores sensibles, generando oportunidades para impulsar la actividad, el empleo y el bienestar de la población.

Se suele reducir el análisis de los TLC respecto del intercambio de bienes y servicios, dejando de lado otros aspectos relevantes como la definición de un marco de protección de las inversiones. Por otra parte, podríamos ingresar al radar de la mayor economía mundial, abriéndose las puertas para el intercambio tecnológico, del conocimiento, a nivel universitario, o los apoyos recíprocos entre los Estados.

Hace bien el presidente Lacalle en explorar esta posibilidad, sin generar falsas expectativas pero tampoco descartando esta opción de mejorar la vida de los uruguayos. No haber negociado fue el gran pecado cometido por la izquierda.

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