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El tiempo congelado

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hugo burel
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Luego de desatada la pandemia mundial de Covid muchos analistas pronosticaron que la debacle sanitaria, sumada al colapso económico y sus repercusiones en lo social habrían de producir lo que definieron como un “reseteo” del mundo.

Esa idea del “reseteo”, tomada de la jerga informática, de alguna forma implica una mirada optimista. Cuando se resetea una computadora por lo general todo vuelve a funcionar. Eso es lo que hacemos en la nuestra cuando ya no quedan recursos para que los programas respondan. Por lo general, eso resulta y la opción de “reiniciar”, que es lo que significa “reset”, resuelve el problema. Pero con el planeta eso no corre.

Más allá de la engañosa apelación a la “nueva normalidad” que se suponía que la situación iba a imponer, hoy sabemos que lejos de eso lo que se siente es una añoranza casi desesperada del pasado.

La gente quiere regresar a las fiestas, a los bares, a viajar a donde sea, a circular por la calle sin tapabocas, a abrazarse, a bailar, a cometer excesos, a cambiar el alcohol gel por el single malt con amigos, a dejar de cuidarse de manera obsesiva en espacios cerrados, a ir al cine y al teatro, a gritar goles en una tribuna, a cantar en recitales y hacer pogo, a equivocarse o a acertar sin que ninguna limitación sanitaria se lo impida.

El mundo prometido por la nueva normalidad solo quiere volver a ser el viejo, la posmoderna realidad que se vivía antes del primer contagiado de Covid.

Sin duda que eso no ha de ser posible en la medida que el virus no afloje o los vacunados superen el umbral de la inmunidad de rebaño. No obstante, los datos sobre la eficacia de las vacunas y el pronóstico de que las dosis deben seguir sumándose nos están diciendo que hay pandemia para rato pese a lo cual la consigna de muchos gobiernos, incluido el nuestro, es habilitar aperturas inminentes y progresivas porque el mundo no resiste más prohibiciones y encierros. Mientras tanto, la estrategia de vacunación ya incluye a los adolescentes y los niños mayores de cinco años.

Los pronósticos de conceptuados científicos anuncian un posible final de la pandemia para 2023. Otros, más pesimistas, vaticinan que después de esta surgirán otras y lo más probable es que la actual se convertirá en endémica y el ciclo vacunatorio será permanente. Eso, sin contar que el descontrol ambiental por el cambio climático habrá de traer otro tipo de amenazas para la humanidad.

Es tal la añoranza del tiempo anterior a la pandemia, que desde el punto de vista político y económico hemos regresado al mundo bipolar de la Guerra Fría, con un cambio de protagonistas. Rusia le ha cedido su lugar a China en el enfrentamiento con Estados Unidos. La contienda ahora no está condicionada por el arsenal nuclear y es económica, tecnológica y comercial.

En tal sentido, las fronteras ideológicas cayeron y hoy la rivalidad supone riesgos que no pasan por el mutuo aniquilamiento. Nos guste o no, la lógica geopolítica vuelve a ser bipolar con uno de los polos en desventaja porque EE.UU.parece no recuperar su antiguo liderazgo.

Desde el punto de vista de la comparación histórica, lo que sucedió hace un siglo con la I Guerra Mundial y la llamada Gripe Española -que cobró más víctimas que la guerra- desembocó en los Años Locos y un afán ilimitado de evasión y diversión para quienes podían hacerlo, en especial en el hemisferio norte. La juerga duró hasta el crac de 1929. Esas mismas señales ya se notan en el presente y la reclusión obligatoria y los comparativamente escasos 4 millones y medio de muertos que hasta ahora cobra la pandemia, empujan a las personas a buscar el esparcimiento y el regreso a esa normalidad que está siendo idealizada. Pero no olvidemos que esa normalidad perdida incluía desigualdad, drogas, violencia racial y religiosa, migraciones forzadas, refugiados, terrorismo, trabajo esclavo, intolerancia y desequilibrios de todo tipo que con seguridad la pandemia incrementó.

La pérdida de empleos por el crecimiento de la automatización, la robótica y la variante del trabajo a distancia y en domicilio es el equivalente a la llegada en el siglo XIX de la revolución industrial, cuando las máquinas sustituyeron al trabajo manual y la tracción a sangre para el transporte. Pero las personas no pueden adaptarse fácilmente a esos cambios. Esa es la razón por la que una central obrera clasista e ideologizada, como la que tenemos en el país, no entiende que plantear reivindicaciones con una lógica arrasada por la historia y el cambio tecnológico va a impedirle, con seguridad, aceptar y digerir un TLC con China.

Esa misma sujeción al pasado y las ideas perimidas explica el cruce de opiniones entre nuestro presidente y el dictador cubano en la reciente reunión de la Celalc. El muro de Berlín cayó en 1989 y la Unión Soviética implosionó en 1991. No obstante Cuba, Venezuela y Nicaragua son los únicos países junto con China y Corea del Norte que siguen aferrados a un modelo social y político que no ha llevado felicidad ni bienestar a sus pueblos. Nuestro presidente habita el presente, pero Díaz Canel está extraviado en el pasado, en un tiempo imposible de resetear.

La ilusión de que la pospandemia nos depare un nuevo mundo -mejor o peor, no lo sabemos- y la añoranza de la normalidad anterior a mi modo de ver ha engendrado un tiempo de incertidumbre anclado en los hábitos y costumbres previas al Covid.

Lo que está claro es que a pesar del esfuerzo científico y a la rapidez en el desarrollo de vacunas -algunas más eficaces que otras- el mundo ha gestionado mal la pandemia. Una errática, vacilante y contradictoria OMS y un acceso desigual a esas vacunas determina que la incertidumbre se prolongue.

Las opciones de regreso a lo anterior o un “reseteo” que cambiará el mundo no pueden ser dilucidadas todavía en este tiempo congelado e indeciso que estamos viviendo.

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