Tal vez tenga que ver con el sonido distópico de estos helicópteros “parlantes” sobre nuestras cabezas. O a la (mala) idea de aprovechar estos días de encierro para leer 1984, de George Orwell.
Pero estas influencias, sumadas al agobio de una cuarentena, y al clima de guerra civil de esta semana de caceroleo versus himno, hacen que la mente se dispare a pensamientos... complicados.
Por ejemplo, cómo las crisis desnudan las visiones políticas crudas detrás de cada actor del sistema político.
A muy grueso corte, todo el debate público se divide en dos “bandos”. Están los que creen que la sociedad se debe organizar en base a personas libres y responsables que interactúan a su modo. Y están los que creen que lo que importa es la sociedad, o el “colectivo”, y que todo lo demás debe subordinarse al interés de ese conjunto. O, la mayor parte de las veces, a lo que un grupito siempre más vocal que el resto, asegura que es lo mejor para todos.
Un ejemplo de esto es el álgido debate en torno a una cuarentena forzosa. El gobierno apostó por tomar medidas drásticas, como cerrar rápidamente colegios y espectáculos públicos, pero a la vez a explicar a la gente la gravedad del momento y apelar a su responsabilidad individual para entender lo vital de quedarse en casa.
Para explicar esto se ha apelado a razones económicas, un encierro forzoso terminaría por colapsar la economía; legales, imponerlo obligaría a medidas policiales extremas, y hasta sociales, el encierro a punta de revólver suele tener un impacto psicológico tremendo.
Desde ya que nada de esto es suficiente para los “colectivistas”, que claman por que el Estado nos obligue a encerrarnos, con el argumento de que nuestra idiosincrasia hace imposible que asumamos por nosotros mismos una decisión tan fuerte. El argumento se ancla en el planteo de los médicos, de la ciencia, de los “expertos”.
Los médicos, a quien cada día hay que agradecer su existencia, tienen una tendencia peligrosa cuando inciden en políticas públicas: asumen un rol superior, como si su conocimiento los pusiera por encima de cualquiera argumento que vaya contra sus sugerencias. En verdad es un tema de todas las profesiones, que se agrava cuando su “expertise” es salvar vidas.
Pero un gobernante debe tomar en cuenta muchos factores, y si bien la visión de los médicos es probablemente la más importante, no es la única. De hecho, una científica como Angela Merkel se ha negado a decretar un encierro forzoso. El haberse criado en Alemania comunista debe tener algo que ver en esto.
Lo que queremos mostrar es que algunas personas tienen facilidad para apoyar una medida de este tipo, porque ya de arranque no tienen demasiado respeto por la capacidad de la gente de saber lo que es mejor para ellos.
A esto se suma que esas visiones colectivas o socialistas tienden a creer que su supuesto fin (el bien general) justifica cualquier tipo de acción. Y en estos días hemos visto varios ejemplos de eso, desde la postura de la directiva del Sindicato Médico (que no son “los médicos”), azuzando a la opinión pública para que el gobierno haga lo que ellos quieren, hasta el Pit-Cnt (que no son “los trabajadores”), que convocó al cacerolazo ese, con el fin de presionar al gobierno para que imponga el encierro forzoso. Porque, (¡vamos!), el resto eran excusas indefendibles.
Tal vez la contracara del camino que tomó el gobierno uruguayo, acorde a su línea ideológica, sea lo que pasa en Argentina. Un país donde el presidente dice sin pudor que “lo que no entra por la razón, va a entrar por la fuerza”, y ordena una militarización del país, que ha provocado más de 15 mil detenciones.
Los resultados que está teniendo Argentina en la lucha contra el virus son mucho más pobres que los que viene logrando Uruguay. Y sin embargo, acá más de uno reivindica a Alberto Fernández como un líder envidiable. ¿Por qué? Porque en el fondo no se trata de una discusión pragmática sobre resultados. Es un debate filosófico, sobre dónde está el poder en una sociedad. Si en la persona, o en un “colectivo”, representado por un líder providencial.
Algo parecido pasa con el descuento a los empleados públicos. La “inteligencia” de Lacalle Pou, a decir de Molina, fue aplicar una medida “redistributiva”, pagan más los que cobran más, y que por eso les cuesta criticarla. Pero que les molesta porque afecta al funcionariado público, al que esta visión ve como vanguardia de una sociedad que les gustaría organizar como si fuera toda una gran empresa pública. Entonces salen con que hay que gravar al “gran capital” cosa tan inviable en Uruguay que el Frente no lo hizo en 15 años.
Lo bueno de un sistema democrático, es que cada uno tiene derecho a tener la visión política que más le guste. Pero el que gana las elecciones gobierna, y los otros pueden proponer, criticar, protestar. Eso sí, todos respetando las reglas de juego. Y con lealtad. Sobre todo en momentos de crisis como el que vivimos hoy.