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Ojalá me coloque

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FRANCISCO FAIG

A primera vista es muy positivo que la opinión pública se entere y se indigne de los acomodos en distintas dependencias del Estado. ¿Será ese compartido enojo verdaderamente removedor o se perderá en nuestro horizonte suavemente ondulado?

Hay un país ambicioso que trabaja, se esfuerza, crece, innova y apuesta. Es lo que el rector de la Universidad ORT Uruguay definió la semana pasada en estas páginas como "las clases creativas". El problema con esos emprendedores es doble. Por un lado, todos los índices especializados en estos asuntos muestran que aquí no generamos un entorno amigable que favorezca su empuje y vocación. Por otro lado, es evidente que en este mundo conectado hay lugares mucho más seductores para desarrollar sus talentos.

Hay otro país que es muy mayoritario y está formado por las "clases burocráticas", según la expresión que tomo de Grünberg y que defino así: gentes sin mayores ambiciones que las ya prefijadas en ascensos previsibles y esperables; sin sentido de excelencia porque no hay incentivos de mayor productividad y destaque; sin adhesión por tanto a una meritocracia de difícil contorno, y cuyo futuro está más ligado a la seguridad de una rutina de previsibles tedios y beneficios que al riesgo de lo impredecible tan propio del emprendedor; y finalmente, gentes por lo general vinculadas al Estado en sus distintos meandros y recovecos, en dependencias más o menos expuestas o del todo discretas, o gentes que, gracias a largas décadas de mayor peso corporativo y sindical, se han asentado en empresas relativamente grandes, más o menos privadas o con viejos beneficios prebendarios, y sobre las cuales ha sido posible parasitar amplias clases burocráticas que perviven con los mismos signos y señales que las numerosas ya incrustadas en la extendida función pública.

La tragedia del país es que para la gran mayoría de nuestra población activa, y también para las nuevas generaciones, la actitud y estrategia más racionales en su natural voluntad de mejora social y económica es aspirar a formar parte de nuestras clases burocráticas. Es gente poco formada, sin dominio del inglés y sin secundaria terminada, y que sabe bien que el empleo en esa burocracia es por lo general mejor pago, más seguro, menos sacrificado y de perspectivas de largo plazo más ciertas, que lo que pudiere lograr integrándose al trabajo de las clases creativas.

Sabe, por el peso de la memoria colectiva, que esto es así desde hace más de medio siglo. Y por supuesto que también sabe que lejos de cambiar esta realidad, el giro político de 2005 la legitimó, porque promovió ese camino burocrático para lograrse un futuro mejor, sobre todo para las clases medias y populares.

No hay que creer que todo el mundo, en el fondo de su alma, se indigna con los acomodos estatales. Hay muchos, sobre todo afines a las clases creativas como los empresarios del campo, que seguramente sí, y con cierto hartazgo y malhumor. Pero también hay otros muchos, más discretos, que esconden un secreto y ansiado desvelo, quizá algo envidioso, pero siempre muy razonable habida cuenta de las posibilidades de bienestar que brinda el país a sus clases medias: el de, ojalá, poder colocarse en esas clases burocráticas que tienen el futuro resuelto.

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