Lo que está viviendo Argentina no es un milagro económico, sino un milagro político. Falta ver si Javier Milei logra reflotar la economía, pero lo que ya está a la vista resulta tan increíble como revelador.
El actual presidente fue el primero en plantear como promesa electoral un ajuste dolorosísimo y un periodo de padecimientos para reformular las bases de la economía. Eso lo convirtió en el primero en ganar una elección habiendo prometido tales sacrificios.
Milei es también el único que se abocó desde el primer día a cumplir lo prometido en la campaña. Y a los ocho meses de padecimiento, el cumplimiento de esa promesa le consta a la sociedad sufriente. Las clases medias y bajas son las que más están sintiendo la materialización de los anuncios que hacía el candidato.
El milagro político es que con precios inalcanzables en los productos de primera necesidad, con olas de despidos y con todo el peso del ajuste aplastando a las PyMES y derribando a la clase media en los abismos de la pobreza, Milei sigue teniendo el respaldo popular por encima del 50 por ciento en las encuestas.
La dimensión del milagro crece ante la mirada estupefacta de los observadores, al ver los estropicios institucionales que comete su gobierno por impericia y también por negligencia. El caos del oficialismo en el Poder Legislativo y dentro del gobierno no tiene que ver con los roces que produce enfrentar desafíos de gran magnitud, sino por la suma de lunatismo, negligencia y celos histéricos provocando trifulcas que resquebrajan la unidad oficialista.
Son escenas patéticas las que protagonizan figuras cercanas a Milei. En redes y medios digitales, los fanáticos del presidente pasan horas diciendo cosas desopilantes. El nivel de delirio es estratosférico. La mayoría no sólo habla porque desde las altas esferas del poder la financian, sino porque están convencidos de las barbaridades que dicen.
A eso se suman contradicciones flagrantes. Milei amasó fama denunciando “la casta” decadente que maneja las instituciones políticas, legislativas y judiciales. La acusó con mucha razón de amalgamarse en torno a intereses, como corporación del poder. Sin embargo, en el séptimo mes de su mandato propuso como integrante de la Corte Suprema a uno de los máximos exponentes del brazo judicial de “la casta”.
Por la cantidad de causas de corrupción que hace dormir en los cajones de su juzgado y por los sobornos que siempre están detrás de esa vieja y rudimentaria forma de la corrupción judicial, el juez Ariel Lijo es ampliamente considerado lo peor de “la casta”.
También hay incoherencia flagrante entre vetar aumentos extremadamente discretos a los pauperizados jubilados, repitiendo como un mantra que “no hay plata”, y los 300 millones de dólares que gastó en aviones militares, sin que haya guerra ahora ni en el horizonte más lejano.
Paralelamente, el presidente que niega un aumento mínimo a los jubilados, envía cien mil millones a la SIDE, oscuro aparato de inteligencia abocado a las cloacas del poder, espiando a políticos, periodistas, empresarios y sindicalistas, para vender secretos escabrosos al mejor postor.
Además, con más del 80 por ciento de la gente agotando el sueldo a mitad del mes, Milei gasta fortunas viajando por el mundo, muchas veces en aviones privados. Con el agravante de que esos viajes, que lo mantienen alejado de sus responsabilidades como mandatario, no son por cuestiones oficiales sino a eventos ideológicos y otros encuentros relacionados con su objetivo de convertirse en líder ultraconservador a escala global.
A eso se suma su ruptura con la vicepresidenta Victoria Villarruel. En Argentina es común que presidentes y vices se peleen, pero este caso bate récords de brevedad.
Ese caos político, en el marco del doloroso ajuste que acrecentó una pobreza que ya era altísima, y siendo la economía argentina la única en Latinoamérica que no sólo no creció, sino que decreció, hace difícil explicar por qué Milei conserva un apoyo que supera el 50 por ciento.
Las hipótesis son muchas. Al acierto de poner la proa de la economía en dirección opuesta al estatismo paralizante en que la empantanó el kirchnerismo, se suma el aporte que le hace el vacío opositor y las patéticas revelaciones sobre Alberto Fernández, además de la corrupción de los gobiernos de Cristina Kirchner y su veleidoso mesianismo.
Milei también es parte de un signo de estos tiempos: el anti-sistema que supura agresivos y grotescos liderazgos ultraderechistas. En ese marco, puede explicarse que, por rechazo a los políticos convencionales, los pueblos vean la torpeza, el diletantismo y el estado de trifulca permanente como señal de que esa improvisada dirigencia no viene de lo que Milei llama “la casta”. Y sucumban ante el inquietante encanto del caos.