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Se nos va la vida

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Diego Fischer
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El País en su edición de ayer publicó una encuesta que reveló que el 30 por ciento de los jóvenes con mayor preparación y necesidades económicas satisfechas, tiene intención de hacer las valijas e irse del país.

El trabajo realizado por la economista Luciana Méndez del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar, confirma una percepción que desde hace un tiempo teníamos a través de familiares directos y amigos. Meses atrás nos ocupamos del tema en una columna publicada en esta misma página.

La pesquisa, por cierto interesante e importante, indica que el guarismo es el mismo que se registró en 2002, cuando la crisis de ese año destrozó al país y expulsó a miles de compatriotas al exterior y condenó a otros a la miseria en su propia tierra. El dato aportado ahora es de 2013 cuando la economía creció un 4,4 por ciento.

La responsable del estudio comentó que otra conclusión elocuente del trabajo fue "romper la visión" de que no solo la situación económica es lo que motiva a los jóvenes a emigrar. Juegan en la decisión el bienestar de las personas y sus expectativas con respecto al futuro.

Es importante destacar que el estudio abarcó a jóvenes entre 19 y 29 años. Y trazó un perfil de los potenciales emigrantes: hombre, educado, de un estrato social alto, vive con sus padres y es posible que tenga acceso a documentación legal en el extranjero.

La información aportada por el trabajo de Méndez, llama a la reflexión ¿Son los jóvenes más preparados y u2014teóricamenteu2014 con mayores posibilidades de acceder a un mejor trabajo en nuestro país los que efectivamente se marchan? Si la coyuntura económica no es determinante para que se vayan: ¿cuál es la razón fundamental? ¿Qué sociedad es la nuestra que alienta a los muchachos más instruidos a alejarse o querer alejarse de ella? ¿Qué responsabilidad tiene el gobierno en todo esto? ¿Qué hace para evitarlo? ¿La oposición ofrece una alternativa real para que se produzca un cambio de expectativas?

Los rioplatenses descendemos de los barcos, afirmaba el escritor mexicano Carlos Fuentes. Uruguay fue hasta las dos primeras décadas del siglo XX, la tierra prometida para nuestros antepasados. Un país promisorio que recibía con los brazos abiertos a los inmigrantes, sin importar origen, raza o religión. Es sabido que a partir de mediados de la década de 1960 nos transformamos en una nación que exportaba compatriotas que buscaban un horizonte que este país no podía brindarles. Luego vino la dictadura y a la emigración económica se sumó la política. Todo esto es historia conocida. Tal vez por ello, alguien podría decir que no nos deberíamos preocupar. Todo lo contrario. El conocimiento y la educación de la gente son y siguen siendo la mayor riqueza de un país.

En 2003, Uruguay ingresó en un período de crecimiento económico sin precedentes en toda su historia. Llevamos casi quince años consecutivos con la economía en aumento. No obstante, los problemas persisten. ¿Es el modelo de país el que ha fracasado? ¿Son sus gobernantes? ¿O somos los uruguayos que aún no nos hemos dado cuenta que seguir exportando jóvenes es vender, a largo plazo, el futuro de todos? Con esos muchachos armando sus valijas, se nos va la vida.

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