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Trabajadores sin salario

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Una vez más la tan manida como infeliz frase del expresidente Mujica terminó imponiéndose: lo político está por encima de lo jurídico. Me refiero a las modificaciones a la ley de Derechos de Autor que fue votada el miércoles último por el Senado, y que en su artículo 15 establece que podrán fotocopiarse o pasar a formato digital libros, sin importar si estos son para estudiar.

Una vez más la tan manida como infeliz frase del expresidente Mujica terminó imponiéndose: lo político está por encima de lo jurídico. Me refiero a las modificaciones a la ley de Derechos de Autor que fue votada el miércoles último por el Senado, y que en su artículo 15 establece que podrán fotocopiarse o pasar a formato digital libros, sin importar si estos son para estudiar.

El proyecto fue impulsado por la FEUU, abrazado por el Frente Amplio, aplaudido por la Universidad de la República y el Pit-Cnt. Y lo más lamentable: aprobado en general por unanimidad del Senado. En las últimas horas hemos leído y escuchado a representantes de la Cámara del Libro y de varias editoriales nacionales e internacionales, que han advertido de las consecuencias nefastas que la norma, que ahora deberá analizar la Cámara de Diputados, aparejará para la industria del libro.

Yo voy a expresar mi punto de vista como autor. Desde hace algo más de dos décadas decidí dedicarme a la escritura y hacer de esta profesión mi medio de vida. No fue una decisión fácil, pero entendí que debía volcar todas mis energías a mi verdadera vocación. En otras palabras, a hacer aquello que me producía y me produce -cada día más- felicidad. Llegué a la escritura a través de mi primera profesión, el periodismo, que afortunadamente sigo ejerciendo desde hace 36 años consecutivos y, en la última década, nuevamente en El País, donde publiqué mi primera nota un 15 de agosto de 1980.

Pretender vivir de la producción literaria en el Uruguay es un sueño que a priori resulta inalcanzable. Siempre me gustaron los desafíos, y creo que el mayor que he asumido hasta ahora fue el de embarcarme en la aventura de hacer de la escritura mi principal fuente de ingresos. Desde un comienzo supe que jamás me haría rico. No me importó, ni me importa. No me interesa hacer fortuna, pero sí vivir dignamente. Entonces, ¿por qué no dar batalla por aquello que me gusta? ¿Por qué no trabajar por el sueño de vivir de los derechos que puedan generar mis libros? Sí trabajar, porque eso es escribir: trabajo mucho, muchísimo trabajo.

Escribir, en mi caso, es dedicarle un promedio de ocho horas diarias a investigar en archivos y bibliotecas, a leer, a indagar sobre el personaje o los hechos que luego plasmaré en un libro. Escribir es sentarme frente a la computadora, diez y hasta doce horas, de lunes a lunes y levantarme cuando la vista cansada y el dolor de espaldas me obligan a dar por terminada la jornada.

Los escritores no sabemos de fines de semana, ni de feriados. No tenemos consejos de salarios que acuerden laudos y beneficios. Tampoco tenemos prebendas; pero sí pagamos IRPF. No percibimos una retribución mensual con la que podamos pagar, UTE, Antel, la mutualista, o la cuota del crédito hipotecario con el que compramos nuestra casa. Entiéndase bien claro, esto no es ni una queja y mucho menos un reclamo. Vivimos de los derechos de autor que generan nuestros libros. Si tenemos la suerte de que nuestro trabajo guste y se venda, cobramos un porcentaje (10 por ciento en la mayoría de los casos) del precio de venta al público del libro. Si nuestro trabajo no gusta, no cobramos nada y todo el tiempo, el esfuerzo y el conocimiento invertidos, no nos dejarán un peso; solo la satisfacción nada menor de haber dado forma y vida a un personaje o a una historia.

Somos trabajadores a los que ahora se nos quiere arrebatar sin más nuestro salario. ¿Se entiende?

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Diego Fischer

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