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La semilla en el surco

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DIEGO FISCHER
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Las nubes pasan y el azul queda, con esta frase de Luis Alberto de Herrera, Luis Lacalle Pou saludó, el domingo a su padre el expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera.

A esa hora, Luis ya era el presidente electo de los uruguayos, pero la mezquindad de su adversario impidió que los votantes de la coalición multicolor celebráramos.

Un rato antes, Lacalle había recibido el llamado del presidente Vázquez quien sí admitió el triunfo de la fórmula opositora. El hecho retrata la talla de Vázquez y también la del candidato oficialista que, con un chaleco antibalas puesto, salió a saludar a sus partidarios. ¿Tendría miedo de sus propios votantes? Es sabido que no se pueden esperar peras de un olmo, ni de una semilla que cayó en el surco.

La actitud de Daniel Martínez fue calificada por el propio Lacalle en su discurso como una “anécdota”.

El jueves a mitad de mañana, la victoria se hizo oficial al conocerse los datos provenientes de la Corte Electoral. Las bocinas, los gritos, las manifestaciones se dieron en todo el país y, muy especialmente en las ciudades de interior, donde el triunfo de la coalición multicolor se registró en todos los departamentos, excepto Canelones.

Como el propio Lacalle sostuvo el domingo, atrás quedaron “las voces de la mentira”. Se llamaron a silencio los agoreros de tiempos catastróficos, los hombres y mujeres que se autoproclamaron dueños de la verdad y que durante quince años fustigaron y despreciaron a los que pensaban diferente.

La soberbia fue, es y será la peor consejera de cualquier persona. Envuelve siempre a los ignorantes y a los pobres de espíritu. Sus consecuencias son terribles para cualquier país si sus gobernantes se dejan llevar por la altivez, la ambición desmedida y las ansias de poder.

Ahora empieza un nuevo tiempo. Es mucha la ilusión y la esperanza de los ciudadanos que apostamos por un cambio. Los que queremos un país mejor para nuestros hijos. Un Uruguay donde primen la Constitución y las leyes y no en lo que lo político esté por encima de lo jurídico. Una república que reconozca y estimule el trabajo y en la que la educación y el esfuerzo personal vuelvan a ser el único vehículo de ascenso social. Un gobierno que no abandone a los más necesitados, pero que tampoco subsidie la pobreza y haga de los que menos tienen rehenes de un partido político. Un Uruguay cuyas autoridades no califiquen y dividan a su gente por el barrio en el que vive. Gobernantes que no se abracen a dictaduras y tejan alianzas secretas con los delincuentes de la región.

En pocas palabras el Uruguay de la educación, del trabajo, de la seguridad, de las oportunidades para sus hijos, de la defensa de los derechos humanos para todos y de las posturas dignas en foros internacionales. No es un regreso al pasado lo que anhelamos. Sino la construcción del futuro sin ignorar los principios que nos dieron identidad como nación y razón de ser como República.

Menuda tarea le espera al nuevo gobierno. Difícil, pero no imposible. El compromiso es de blancos, colorados, cabildantes, independientes y del partido de la gente. Hay un consejo que Herrera solía dar a los hombres que asumían responsabilidades de gobierno y que es bueno recordar hoy: no se mareen en la altura, ni desesperen en la adversidad.

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