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Sed buenos y no más...

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DIEGO FISCHER
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Su nombre era Héctor Robin Traverso, pero todos lo conocían como el padre Robin, también apodado como el sacerdote de la sonrisa y de la alegría.

Robin fue hasta el pasado mes de diciembre el párroco de la iglesia de San Juan Bautista, última escala de su rica vida sacerdotal en la que sumaba 48 años de servicio a Dios y sobre todo a la comunidad. Próximo a cumplir sus 82 años, Robin fue una víctima más del Covid-19, enfermedad que se lo llevó de este mundo el lunes último cuando los católicos aún celebrábamos la Pascua de Resurrección. Tal vez en la coincidencia de las fechas haya que encontrar una señal o consuelo para la dolorosa pérdida.

Según la semblanza publicada por la Iglesia de Montevideo, el padre Robin nació en Montevideo, en 1939. Concurrió a la escuela pública en Belvedere. El liceo lo hizo en el Maturana y en tercer de año sintió el llamado al sacerdocio pese a la oposición familiar. Cursó estudios de Magisterio y a los 21 años ingresó al seminario diocesano.

Se ordenó sacerdote en 1972 y estuvo en el Arzobispado de Montevideo, como secretario de monseñor Carlos Parteli. Posteriormente fue nombrado párroco de San Miguel Arcángel en el barrio Villa Muñoz. A comienzos de la década de los 90 se hizo cargo de la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes en Malvín, donde permaneció durante diez años. Para luego asumir como párroco en Stella Maris de Carrasco. En 2013, fue trasladado a San Juan Bautista, en Pocitos, donde permaneció hasta el año pasado.

La bonhomía y su capacidad de guiar a la comunidad, fueron dos características notables de su personalidad. Con una sonrisa permanente dibujada en el rostro y un buen humor que lo acompañaban siempre, iba por el mundo. Dejó su sello intransferible en cada una de las parroquias y comunidades en las que trabajó. Quienes estuvieron cerca de él, lo definen como un formador de equipos cuya mayor táctica consistía en saber sacar de cada integrante de un grupo lo mejor que tenía para brindar.

“Abrazate a Cristo Jesús, es lo que importa”, era su mensaje y su lema en los momentos de desazón. Sin dudas, era un hombre que no solo predicaba con la palabra, sino que daba testimonio de vida.

En marzo de 2013, viajó a Roma junto al padre Gonzalo Aemilius (hoy secretario del Papa). Estuvo en la Plaza San Pedro cuando la noche del 13 de marzo fue elegido Papa el cardenal Jorge Bergoglio. También estuvo en la misma plaza el domingo 19 de marzo cuando se inauguró el nuevo papado y Francisco recorrió la atestada plaza de San Pedro en un todoterreno blanco en vez del blindado papa móvil. Muchos vieron en aquellos gestos del Papa argentino el comienzo de una nueva era en la Iglesia católica.

A su regreso de Roma, el padre Robin contaba su experiencia en Roma con la alegría y la emoción de un chico de veinte años.

Al finalizar el 2020, el padre Robin se retiró como párroco de San Juan Bautista. Se trasladó entonces a Maldonado a cuidar a un sacerdote, menor que él, enfermo de alzhéimer que requería atención y compañía permanentes. Hasta que fue hospitalizado, unos días antes de morir, siguió dándose por completo al prójimo.

Bien le caben al padre Robin los versos de Antonio Machado: “(…) Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma".

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