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La película que aún no se filmó

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Diego Fischer
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¿De cuántas maneras se puede contar la historia? ¿Cómo aún, sin aparente intencionalidad y por omisión, se puede distorsionar el pasado y mostrar como héroes a personas que no solo nunca tuvieron esa dimensión, sino que por lo contrario fueron la causa fundamental de que cayera la noche en el Uruguay?

Estas son algunas de las preguntas que me surgieron luego de ver La noche de los 12 años, la última película del realizador uruguayo Álvaro Brechner, que fue récord de taquilla en nuestro país el año pasado. El filme ha recibido reconocimientos del público en los festivales de Biarritz y Amiens, es candidata a los premios Goya, representará a Uruguay en los Óscar y por estas horas se estrena en Italia.

Como se sabe, el filme está basado en el libro Memorias del calabozo del ex guerrillero tupamaro Mauricio Rosencof, y narra los doce años en que tres de los siete dirigentes más importantes del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) estuvieron detenidos en condiciones infrahumanas en diferentes unidades militares. José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y el propio Rosencof son los protagonistas de la historia. Con muy buenas actuaciones, diálogos y silencios manejados con precisión, estupenda fotografía y con una versión sorprendente de la canción Los sonidos del silencio como banda musical fundamental, Brechner, en esta su tercera película, logra un producto cinematográfico de alta calidad.

Suele suceder, que el o los protagonistas de un filme despierten empatía o simpatía con el espectador. En este caso, y en lo personal, nada de ello me pasó. Los espectadores (la gran mayoría en el extranjero), que desconozcan cómo sucedieron los hechos que precedieron al encarcelamiento de los dirigentes del MLN, seguramente, saldrán del cine o apagarán sus televisores, convencidos que Mujica, Fernández Huidobro y Rosencof fueron héroes.

Como conocedor de la antesala de los hechos que abonaron el camino al golpe de Estado, sentí tristeza y bronca. Resultan condenables las condiciones infrahumanas en que los tupamaros vivieron sus años de prisión y que en el filme se muestran con lujo de detalles. Aún así, no me identifiqué con ninguno de los tres protagonistas, como tampoco con los coprotagonistas, los jefes militares que aparecen en la obra de Brechner. No representan a la enorme mayoría de los uruguayos. Tampoco retratan a los cientos de presos políticos, no tupamaros, que no asesinaron a inocentes, ni secuestraron, ni asaltaron o volaron edificios. Menos a los miles de compatriotas que debieron marchar al exilio, sin haber empuñado jamás un arma, solo por pensar diferente.

Entre los rehenes de la película y los militares que los mantuvieron en cautiverio, estamos el resto de los uruguayos, la gran mayoría. Hombres y mujeres de a pie, que condenamos y padecimos la violencia irracional de un grupo de iluminados que, desde comienzos de la década de 1960, fue minando con atentados terroristas el terreno de un país democrático y con los niveles de desarrollo social más alto de América Latina. Ese derramamiento de sangre y esa violencia, provocaron la irrupción de los militares en la vida del país y el derrumbe, poco después, de las instituciones. Fueron ellos, los rehenes de la película y otros muchos, que hicieron que cayera durante doce años la noche en el Uruguay. Esa película está aún por filmarse.

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