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Pasaporte en mano

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Diego Fischer
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¿Quién no tiene un familiar joven, o un conocido que haya o esté pensando en emigrar? Según cifras oficiales y en números redondos unos tres mil compatriotas se marcharon en 2018, buscando oportunidades laborales o posibilidades de crecimiento profesional que Uruguay les niega.

En su gran mayoría son jóvenes con estudios terciarios aprobados y que han salido a la búsqueda de su primer empleo, lo han encontrado y comprueban que muy lejos están de satisfacer sus expectativas y mucho menos de ser el peldaño inicial de una carrera laboral que les permita crecer y desarrollarse.

Han invertido seis o siete años de sus cortas vidas en una carrera universitaria. De clase media y media alta, son en su mayoría veinteañeros, pero también están los que se acercan a los cuarenta años de edad y se dan cuenta que en el Uruguay de hoy es casi imposible marcarse objetivos y desarrollarse profesionalmente.

No aspiran a ser magnates, pero sí a trabajar en lo que estudiaron y tratar de cumplir sueños largamente soñados. Tampoco quieren ser empleados públicos, lo que les aseguraría un sueldo bueno y una cantidad de beneficios, pero les coartaría toda ansia de desarrollo personal. Son emprendedores y la sombra del Estado, los espanta.

Juan Martín tiene 28 años. Se licenció hace un tiempo en marketing en una universidad privada y con dos cursos de especialización realizados en Estados Unidos en su currículum y, luego de dos años de trabajar en una empresa en Montevideo de su rubro, hizo la valija, guardó su laptop en su mochila y se marchó. Su sueldo aquí no le alcanzaba para independizarse y alquilar un monoambiente. "Si me aumentan el sueldo, (cosa que la empresa le propuso cuando comunicó que se marchaba), el 80% del incremento se lo traga el IRPF", comentó antes de sacar el pasaje. Hoy trabaja en una agencia de publicidad de Madrid.

Gimena tiene 26 años, lo suyo es el diseño industrial y para ello se preparó. Luego de egresar de la Udelar y buscar —sin éxito— trabajo, se marchó a Barcelona. Tenía la ventaja de contar con pasaporte de la Unión Europea y esto le facilitó mucho a la hora de encontrar trabajo. Gimena está concretando sus proyectos y su horizonte es Europa.

Estos dos ejemplos reales, (podía citar una docena más), muestran a un país que sigue expulsando a los más capacitados y —sin dudas— a los más emprendedores. Son jóvenes, y no tanto, que no se resignan a ver pasar sus vidas o a ser víctimas de un Estado rapaz. Tienen proyectos. No se marchan por ideología política, como lo tuvieron que hacer miles de compatriotas en la década del 70. Tampoco por razones económicas como fue el caso de otros tantos en 2002, cuando la economía estalló en mil pedazos. Se van luego de la bonanza más prolongada e ininterrumpida que el país ha tenido en su historia: 15 años consecutivos de crecimiento del PBI.

En este tiempo, Uruguay pasó de ser un país de renta baja a uno de renta media. Es hoy el país de América Latina con mayor renta per cápita. En 2004 este ingreso por habitante era de US$ 4.100 y hoy supera los US$ 16.000. ¿Cómo sustentar ese crecimiento, si se está expulsando a la base de la riqueza de una nación? Sin conocimiento, sin jóvenes capacitados y emprendedores, no hay país.

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