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Estoy en la “getta”

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Compañero: Estoy en la getta. Mándeme doscientos francos por telégrafo, que lleguen antes del sábado que aguarda la cuenta del Hotel…” En estos términos escribía, a comienzos de 1910, desde Milán, Florencio Sánchez a su amigo el poeta uruguayo Pablo Minelli, por entonces radicado en Viena. Sánchez había sido enviado a Roma en 1909 por el gobierno del presidente Williman, en una misión oficial que era más una ayuda económica que un trabajo relevante.

Compañero: Estoy en la getta. Mándeme doscientos francos por telégrafo, que lleguen antes del sábado que aguarda la cuenta del Hotel…” En estos términos escribía, a comienzos de 1910, desde Milán, Florencio Sánchez a su amigo el poeta uruguayo Pablo Minelli, por entonces radicado en Viena. Sánchez había sido enviado a Roma en 1909 por el gobierno del presidente Williman, en una misión oficial que era más una ayuda económica que un trabajo relevante.

Florencio, tenía entonces 34 años y era un escritor y periodista reconocido en ambas márgenes del Plata. Se había casado meses antes con la argentina Catalina Raventos, pero a Europa se embarcó solo. Ni él, ni su mujer imaginaron que aquel viaje no tendría retorno. Durante su estadía en Italia vendió los derechos de sus obras de teatro para que fueran traducidas y representadas en toda Europa. Hay quienes dicen que el monto de dinero que recibió fue simbólico. Murió en el Hospital de La Caridad de Milán en noviembre de 1910, de una tuberculosis fulminante. Tenía 35 años y estaba en su mejor momento creativo.

La muerte de Sánchez provocó que sus obras de teatro se representaran de forma explosiva en Montevideo, Buenos Aires, Córdoba, Rosario y en las principales ciudades europeas. Fueron varios los empresarios que ganaron mucho dinero por reponer o estrenar el repertorio del dramaturgo uruguayo. Propietarios de teatros, dueños de compañías teatrales y los propios actores, se vieron bien recompensados por su trabajo. Nada recibió la viuda de Sánchez por los derechos de autor que le correspondían como su heredera universal No existía entonces en Uruguay o Argentina, ley alguna que reconociera y amparara la propiedad intelectual.

Debieron transcurrir más de 25 años desde la muerte de Sánchez para que los autores y creadores uruguayos contaran con una ley que reconociera su trabajo y protegiera sus derechos. La norma fue impulsada por el entonces Ministro de Instrucción Pública, el nacionalista Eduardo Víctor Haedo. Se tradujo en la ley N° 9.739 de 17 de diciembre de 1937. A partir de entonces hubo un antes y un después para escritores, músicos y científicos orientales. Con dicha ley Uruguay se puso a la vanguardia junto a Argentina en la protección de los derechos de autor, en América del Sur. Pero fundamentalmente se hizo justicia. En 1937, la viuda de Sánchez atravesaba desde hacía larga data una situación económica difícil. Tenía casi 60 años y carecía de recursos para llevar una vida digna, mientras que las obras de su marido se seguían representando y publicando sus libros sin ningún tipo de control y sin pagar derechos de autor.

A los pocos días de promulgada la norma, Haedo recibió en su casa una caja con la siguiente nota: “Al obsequiarle a Usted que tanto ha hecho por los intelectuales de este país, poniendo toda su energía, todo su dinamismo a la sanción de una ley tan justa y tan noble, como la de Propiedad literaria, quiero que conserve este mate y bombilla de mi esposo como una reliquia. Catalina Raventos de Sánchez”. Semanas atrás el Senado todo, echó por tierra los principios consagrados y protegidos por la ley de 1937. Le corresponde ahora a la Cámara de Diputados decidir si volvemos a los tiempos en que cualquiera lucraba con la obra de Sánchez.

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Diego Fischer

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