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El dolor y la culpa

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DIEGO FISCHER
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Es una postal triste, dolorosa que se despliega en todos los barrios de Montevideo. En su mayoría son hombres de edad indescifrable porque sus rostros curtidos por el alcohol y la droga hace imposible determinar cuántos años tienen. También hay mujeres, pero en un porcentaje menor.

Son personas que han hecho de la calle su hogar. No es un fenómeno nuevo, lleva muchos años. Y aunque no se han escatimado esfuerzos para paliar la situación no han sido suficientes o al menos eficaces.

El último censo realizado por el Mides en febrero de 2020, arrojó que suman tres mil quinientas las personas que en Montevideo se encuentran en esta situación. Meses más tarde una pesquisa, llevada adelante por la misma Secretaría de Estado, pero ya asumido el gobierno del presidente Luis Alberto Lacalle reveló que había mil personas más solo en la capital.

A partir de entonces, se abrieron nuevos refugios, se sumaron camas a los ya existentes y se buscó mejorar el apoyo y la ayuda. Pero, al parecer, no ha sido suficiente.

En el año y medio que lleva el nuevo gobierno nos hemos enterado de las irregularidades en el Mides registradas en las administraciones pasadas. Amigos, directores con enormes sueldos, expedientes cajoneados o escondidos en cajas fuertes, donaciones de alimentos y sillas de ruedas abandonadas en depósitos, y un sistema de ayudas sin control y criterio fueron el legado de la ex ministra comunista Marina Arismendi y su secuaz Ana Olivera. Sin olvidar los aspirantes a yernos de Arismendi que presidió la Secretaría de Estado en el primer y tercer gobierno del Frente Amplio.

Sin dudas que la caótica situación a lo que se debe sumar el estallido de la pandemia, atentaron y vaya cómo para que se pudiera atender un problema que es una herida dolorosa para toda la sociedad uruguaya.

Se ha informado que quienes duermen y viven en la calle son personas con problemas de alcohol y drogas. Hay también enfermos psiquiátricas y ex convictos que han cumplido su pena y que al salir de la cárcel no tienen adónde ir. Casi todos han cortado sus vínculos con sus familias, cuando existe una familia.

No hay un Estado ausente, es cierto, porque se han instrumentado nuevas medidas pero siguen resultando insuficientes. Está claro que un cambio sustancial en temas como este no se produce en semanas o meses. Y más cuando se partió de un ¡Viva la Pepa! y no hubo tiempo de ordenar y sanear la situación porque el Covid 19 estalló una semana y media más tarde de haber tomado cartas en el asunto.

Son enormes los desafíos que se le presentan al gobierno, ahora que el país volvió a la normalidad. Generar trabajo encabeza la lista, seguir atendiendo a los menos favorecidos para que ingresen al mercado laboral y dejen de vivir de la ayuda del Estado es otra de las prioridades. ¡Qué decir de la Educación!...

Las urgencias son muchas. El abordaje de la gente que ha hecho de la calle su hogar debe merecer el mayor de los esfuerzos. Es sabido que muchos se niegan a recibir ayuda y prefieren seguir en la misma situación. Es la mayor expresión de la miseria.

Tenemos un gobierno que a contramarcha de lo que sucedía en la región logró que Uruguay derrotara la pandemia. Que ese logro repique en todos los temas que nos duelen y nos llenan de culpa.

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