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DIEGO FISCHER
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Tal vez estemos viviendo lo peor de la tormenta. Aunque si algo hemos aprendido en estos últimos tiempos es lo engañoso que resulta estar -sin saberlo- en el ojo del huracán, porque nunca sabremos cuándo y cómo la tempestad tocará tierra.

Y en estas semanas hemos visto de todo. Desde una infame marcha el 8 de marzo que quince días más tarde se tradujo en el récord absoluto de 2.700 casos nuevos de Covid-19, hasta la insólita conducta del 39% de los docentes y el personal de la enseñanza que no concurrió a vacunarse. Porcentajes menores pero igualmente altos involucran a personal de la salud, policías y militares que se niegan a ser inmunizados.

Esperar todas las noches el informe sobre los nuevos casos de Coronavirus y la cantidad de fallecimientos diarios ha resultado una angustiante rutina, que provoca bronca, indignación y tristeza.

Cada uruguayo tiene una y cien razones para estar sobrepasado por esta peste. Cada uruguayo tiene también al alcance de sus manos las herramientas para que la situación no solo no siga empeorando, sino que cambie para bien. A los instrumentos que contamos siempre se le sumó desde los primeros días de marzo la vacuna. Alcanza con mirar ya no solo a Argentina y Brasil, donde no hay casi posibilidades para vacunarse, sino a la Unión Europa misma que se muestra incapaz de inmunizar a su población. En la cabeza de esos países se encuentra Francia.

Desde hace más de un siglo, Uruguay cuenta con un sistema de vacunación modelo en el mundo. No es mérito del actual gobierno y tampoco del anterior. Nuestro país tiene desde de la década de 1920 un Programa universal, gratuito y obligatorio de vacunación, que se fue perfeccionando con los avances científicos.

Desde siempre, o al menos desde que la Educación Primaria y la Salud Pública se universalizaron, ningún padre cualquiera fuese su condición social tuvo excusas valederas para no vacunar a sus hijos y mandarlos a la escuela. Cabe preguntarse por qué hoy y en medio de una pandemia mundial, muchos docentes se niegan a recibir de manera prioritaria y -obviamente- gratuita una vacuna que no solo los protegerá a ellos mismos, sino que evitará que sean vectores para sus alumnos.

Querer hacer política con la actual situación sanitaria del país es la conducta más despreciable y condenable que se puede adoptar. Ya sea un partido político, una organización sindical, un conglomerado que dice defender los derechos de minorías o los grupúsculos autoritarios, fanáticos y violentos que ganan las calles cada 8 de marzo.

Todos sabemos que existe otro camino. El único que puede terminar con una pandemia que hasta el jueves último se había cobrado 870 vidas de uruguayos.

Desde hace un par de semanas se puede ver un spot publicitario filmado en el Teatro Solís, protagonizado por los sobrevivientes de los Andes. Una verdadera joya que conmueve por su contenido, impacta por su calidad técnica y emociona por las palabras de sus participantes. Ese grupo de compatriotas supo salvarse cuidándose entre sí. Hoy su tragedia devenida en odisea es aplaudida en el mundo entero. ¿Por qué no los escuchamos con atención? Sus testimonios tienen el valor supremo de quienes vencieron a la muerte apostando por la vida.

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