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El decoro de una casa

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DIEGO FISCHER
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En estos días circula por las redes un mensaje en que se fustiga al presidente electo Luis Lacalle Pou por su decisión de ocupar a partir del 1° de marzo, la residencia presidencial de la avenida Suárez y Reyes.

La decisión no puede ser más que aplaudida por la ciudadanía. Luego de 15 años la casa que los uruguayos destinamos para los jefes de Estado volverá a funcionar como tal.

Es bueno recordar su historia. En 1908 la familia Fein Joanicó le encargó al arquitecto Juan Aubriot la construcción de una residencia en el Prado. Aubriot aquilataba en su currículum haber diseñado la Facultad de Derecho y, poco tiempo después, participaría en el trazado y diseño de Carrasco, que luego completaría el paisajista francés Carlos Thays. Años más tarde la finca fue adquirida en remate por el alemán Werner Quincke, que le encomendó algunas modificaciones a su compatriota el arquitecto Karl Trambauer, entre ellas el ascensor de reja y madera que se preserva hasta hoy. Cinco años más tarde, la adquirió Federico Susviela hasta que en 1942 pasó a ser propiedad de la Intendencia de Montevideo.

Hasta 1947, Uruguay era el único país de América que carecía de una residencia para sus jefes de Estado. Ese año, Matilde Ibáñez de Batlle, esposa del presidente Luis Batlle Berres, eligió la casona de la avenida Suárez para finca oficial de los presidentes. Antes de ocuparla el arquitecto Juan Scasso le realizó algunas reformas. La señora de Batlle Berres, la alhajó con cuadros de diferentes dependencias estatales. Había allí muebles, obras de arte y un piano del Palacio Taranco. En 1985, y por gestiones realizadas por Martha Canessa de Sanguinetti, el Club Peñarol de fútbol, cedió en préstamo el majestuoso juego de comedor que perteneció a Máximo Santos. También ordenó derribar los altos muros perimetrales que levantaron los dictadores que vivieron allí.

La residencia de Suárez no es una chacra, ni un quincho de ignoto dueño. Tampoco es un palacio, sino una casa elegante en sintonía con la sobriedad republicana que siempre caracterizó al Uruguay. Fue, desconocemos si sigue siendo así hoy, decorada con cuadros de algunos de los pintores nacionales más importantes que ha tenido el país.

En 2005, cuando asumió la Presidencia Tabaré Vázquez, decidió no habitarla. Aunque sí ocupó los fines de semana la Estancia presidencial de Anchorena, donde estableció una zona de exclusión para la navegación en el río San Juan que bordea al establecimiento. Recientemente, Vázquez explicó por qué no se mudó a Suárez y Reyes en sus dos mandatos. Sostuvo que fue una decisión familiar, él y su esposa querían que sus nietos fueran de visita a la casa de los abuelos y no a la casa de los presidentes.

Mujica, tampoco habitó Suárez y Reyes. Son conocidos sus hábitos y costumbres, muy lejos de la dignidad de la residencia.

Hoy se fustiga a Lacalle Pou porque, retomará una tradición y ejercerá un derecho de los jefes de Estado. Las voces ignorantes y cargadas de resentimiento que circulan estos días, desconocen que la tres fincas presidencias (Prado, Anchorena y Punta del Este) hace más de setenta años, están para que los Presidentes, vivan allí con seguridad y tranquilidad y puedan recibir con decoro a las visitas extranjeras.

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