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El cinismo de la Cancillería

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Diego Fischer
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La memoria es frágil, se sabe. Y en política parece serlo más aún. En la década de 1980 en el Uruguay gobernaba Gregorio Álvarez, en Argentina Leopoldo Galtieri y en Chile Augusto Pinochet. Tres tiranos de la peor calaña que la historia recordará por sus crímenes de lesa humanidad, sus persecuciones a la prensa y por haber intentado perpetuarse en el poder. Entonces el mundo civilizado y los organismos internaciones de defensa de los derechos humanos, condenaba a estas tres dictaduras que habían expulsado de sus países de origen a cientos de miles de ciudadanos, al tiempo que les imponía severas sanciones.

En Venezuela gobierna, desde 1999, un régimen que se inició con el advenimiento del comandante Hugo Chávez. Entonces, el expresidente socialista de Chile Raúl Lago, lo definió como el "populismo con chequera". Lentamente ese gobierno autoritario, surgido de las urnas, fue convirtiéndose en una dictadura. Se sabe, Chávez fue un persona-je que tejió alianzas con los Kirchner y que no escatimó halagos y admiración hacia el expresidente Mujica. Pero el militar carismático y poco afecto a la democracia, que le gustaba citar a José Enrique Rodó, en cada una de las frecuentes visitas a Montevideo, murió en 2013. Le sucedió Nicolás Maduro. No faltaron en el proceso de llegada al poder de Maduro, episodios del realismo mágico: el difunto comandante se le aparecía como un pajarito que con su trino lo alentaba a seguir persiguiendo opositores y destrozando la economía de uno de los países más ricos de América Latina.

En poco tiempo los venezolanos vieron cómo ya no solo se retaceaba la libertad y se perseguía a los opositores en su país, sino que la vida cotidiana se transformaba en un infierno para los ciudadanos de a pie. Aquellos que podían, comenzaron a emigrar. Se calcula en dos millones los venezolanos que han abandonado su tierra, huyendo del hambre, la falta de medicamentos y la violencia que reina en su país. Acnur, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ha pedido a los gobiernos de América Latina y de la comunidad internacional que den apoyo a la diáspora venezolana.

En Uruguay, suman varios miles los venezolanos que han llegado buscando trabajo y libertad. Es gente que —mayoritariamente— tiene una preparación muy superior para las tareas que cumplen. Aun así, lo hacen con alegría y con un entusiasmo digno de reconocimiento. De alguna manera, Uruguay está saldando una vieja deuda moral con el pueblo venezolano, que, en los años de la dictadura militar, recibió con los brazos abiertos a miles de compatriotas.

En las últimas horas se conoció la decisión de los gobiernos de Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Perú, de denunciar hoy martes ante la Corte Penal Internacional al gobierno de Maduro por delitos de lesa humanidad. Uruguay no acompañará la denuncia. El ministro de Relaciones Exteriores interino, Ariel Bergamino, dijo a El País que "no tenemos nada que acompañar, porque no fuimos consultados". Una respuesta cínica ante una situación dramática.

¿Por qué el gobierno uruguayo y el Frente Amplio hacen la vista gorda, una vez más, a la situación de Venezuela? ¿Creen que representan al sentir de la mayoría de los orientales? ¿Qué están ocultando?

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