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Pensar fuera de la caja

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Diego Echeverría
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Pensar fuera de la caja es un concepto que proviene del inglés “thinking out of the box” y significa atreverse a pensar de forma no convencional. Implica un razonamiento que mire y analice más allá de lo obvio. Sería el dicho criollo “mirar el monte y no solo el árbol”.

El mundo actual requiere ineludiblemente cambiar paradigmas.

Un mundo “líquido”, como reflexionaba Zygmunt Bauman, exige el realismo de entender que los fenómenos tecnológicos, educativos, económicos, políticos, empresariales cambian inexorablemente a un ritmo vertiginoso. No entenderlo es la mejor manera de quedarse a la vera del camino.

De nada sirve abrir fronteras en el Uruguay de hoy si además no estamos dispuestos a abrir nuestras cabezas, que son como un paracaídas, que siempre es mejor cuando está abierto.

La concepción clásica del Estado (compuesto por sus 3 elementos: población, territorio y poder) necesita redimensionarse a la luz de un Siglo XXI extraordinario y removedor. Ya no podemos pensar el territorio como un parámetro excluyente y limitante, porque la tecnología, la movilidad y la globalidad han hecho que el mundo sea cada vez más pequeño, más integrado y por lo tanto con territorios que son cada vez más relativos.

Ya no podemos pensar la población como algo íntimamente identitario de una nación cuando en el mundo de hoy la multiculturalidad nos envuelve y nos replantea vínculos y lazos.

Ya no podemos pensar en el poder político como el único factor determinante para la convivencia social, cuando más allá de sus facultades de coacción y coerción y más allá de poseer en monopolio para el uso legítimo de la fuerza, hay factores externos como las nuevas tecnologías y medios de información que tienen una influencia indiscutible.

Si todo cambia, ¿por qué deberíamos seguir anclados en viejos paradigmas laborales y educativos? ¿por qué el conservadurismo actúa como una venda en los ojos que nos impide deslumbrarnos, aprender y avanzar?

Uruguay está frente a una oportunidad internacional enorme (y hasta tal vez irrepetible) en el marco de esta post pandemia. Nuestro maravilloso país se convirtió desde hace un buen tiempo (y se consolidó en los últimos dos años) como tierra de encuentros y desarrollo. El buen manejo sanitario, el clima amigable para inversiones y la residencia, la seguridad ciudadana, las certezas jurídicas y financieras nos hizo atractivos para miles de extranjeros que hoy hicieron de nuestro país el suyo.

Pero el realismo debe abrirnos los ojos y hacernos ver que si no damos pasos valientes, esas decisiones y ese clima habrán sido tan solo una coyuntura.

De nada sirve abrir fronteras en el Uruguay de hoy si además no estamos dispuestos a abrir nuestras cabezas.

Si queremos ser un país realmente intregrado al mundo debemos tener una concepción de ida y vuelta. Entender que la actitud receptiva y amigable que pretendemos es la misma que debemos ofrecer.

La educación universitaria ofrece una oportunidad internacional si nos atrevemos a pensar fuera de la caja (y fuera de fronteras).

El sistema actual para la instalación de universidades extranjeras es poco amigable, lento, burocrático y por lo tanto una invitación al fracaso. Pero si nos damos la posibilidad del debate y luego abrimos paso a la concreción de los cambios necesarios, el desarrollo puede ser una realidad. Y no se trata solo de cambiar normas (que hay que cambiarlas) sino de cambiar concepciones filosóficas de la educación universitaria extranjera, verla como una cuestión complementaria de las ofertas ya existentes.

Es de esas cosas que, a no ser que se tengan prejuicios enceguecedores, no tiene contraindicaciones.

Avanzar en ese rumbo es apostar a concretar globalización y no dejarla solo como una palabra políticamente correcta en el discurso. Es atraer alumnos y dejar de exportar cerebros. Es con exigencia apostar a la excelencia, y así diversificar la oferta, aumentar la territorialidad y hacer de nuestro país algo que es posible: un polo de desarrollo universitario de la región.

Estos fenómenos ya existen en el mundo. Dubai es un ejemplo de atracción de estas instituciones y cómo esto va de la mano de aspectos que trascienden lo académico. Atraer conceptos para atraer inversiones.

Siempre recuerdo una anécdota, en ocasión de visitar Silicon Valley, cuando le pregunté a un Directivo de Facebook sobre una mezcla de deseo y sueño que tenía, que Punta del Este fuera el Sillicon Valley del Sur. Y me dijo que era absolutamente posible, que si ellos lo habían logrado en ese desierto, en un lugar como el que yo le planteaba era más posible aún. Pero que el primer eslabón de la cadena estaba en las Universidades, generadoras del enorme capital humano necesario para que esa meca de la tecnología y el desarrollo fuera posible. Sin la Universidad de Stanford y la de Berkeley no hubiera sido posible ese emblema mundial de la tecnología. Es decir, primero lo primero.

Por eso, pensemos fuera de la caja, abramos nuestros brazos a la oportunidad y nuestras mentes a lo nuevo. Abramos más que las fronteras. Uruguay goza de una credibilidad y confianza internacional que debemos capitalizar en todas las canchas posibles. No dejemos pasar ese tren.

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