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Pamperada blanca

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DIEGO ECHEVERRÍA
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Un viento muy fuerte sopló hace unos días, el último domingo de setiembre, en ocasión de las elecciones departamentales.

No fue un viento cualquiera, fue algo más complejo, fue algo que empezó hace un tiempo como una brisa de esas que refrescan y ayer se convirtió en una pamperada, en una pamperada blanca.

En mi memoria hizo eco estos días ese término, que conocí en ocasión de leer el libro que escribiera Washington Beltrán, y que hoy aterriza como el concepto perfecto para ese huracán electoral de una colectividad blanca que se mostró como una fuerza imparable e irrefutable.

Es difícil hacer un análisis objetivo de estos hechos, que me llenan de orgullo y alegría como blanco, pero que tienen elementos cuantitativos y cualitativos dignos de algunas reflexiones desapasionadas. Espero no fracasar con total éxito en ese intento.

Tal vez el gran resultado del Partido Nacional en las urnas fue consecuencia del gran liderazgo del Presidente en el manejo de la peor crisis de los últimos tiempos, tal vez fue por la profunda identidad arraigada en el interior del país, tal vez fue la aparición de nuevas figuras en la capital que supieron conectar con el electorado, tal vez fue la elección de estrategias y temas de campaña que a los uruguayos les importan, tal vez fue el trabajo permanente a niveles locales y su consolidación como un nivel de importancia, o tal vez fue una maravillosa mezcla de todos estos aspectos.

Un partido que gana en 93 municipios de los 125 que tiene el país, expresa su presencia territorial y orgánica. Mientras que el Frente Amplio pasó de gobernar 37 a 29 municipios, sufriendo un revés no solo desde los espacios de gobierno sino desde lo simbólico e histórico, porque (para muestra, 2 botones) perdieron a manos del Partido Nacional en Bella Unión y en San Carlos, siendo este el primer lugar del interior donde supieron ser gobierno y por lo tanto un bastión y símbolo.

Y si observamos a nivel de Intendencias el Partido Nacional sacó del gobierno al Frente Amplio en Río Negro, Paysandú y Rocha, con candidatos como Lafluf, Olivera y Umpiérrez, que encarnan esa colectividad cercana y popular, que derriba relatos y prejuicios.

Ahí está sin dudas también una de las claves, a los blancos nadie nos pisa el poncho a la hora de ejercer la Política desde la cercanía con la gente.

Esa colectividad nacionalista hunde sus raíces en identidad y tradición, en historia y trayectoria. No se puede construir desde la novedad, porque como tal esa construcción es efímera y de raíces flojas. Solo se es novedoso una vez, a la próxima ya se es parte del sistema y desde ahí se debe posesionar. El Partido Nacional y sus liderazgos son impulsados por la legitimidad del tiempo y de la convicción, terrenos donde la demagogia se marchita o definitivamente no echa raíces.

No puedo evitar hablar de mi Maldonado, donde he visto de cerca una colectividad en ejercicio del gobierno, con un ganador contundente como Enrique Antía que dejó en claro hace 5 años que al Frente Amplio se le puede ganar y luego desde la buena gestión, eficiente y de cercanía, 5 años después se lo puede incluso más que duplicar.

Algunos números (en base a datos primarios) invitan a optimistas reflexiones. Los partidos de la coalición recibieron 1.259.498 votos en esta elección departamental contra 919.303 del Frente Amplio, lo que deja claro la consolidación de una visión política.

Pero incluso si hilamos más fino, el Partido Nacional se supera a sí mismo, con 827.446 votos en todo el país (tomando en consideración la expresión blanca de Montevideo que se presentó con otro lema) comparado con los 696.452 que recibió en octubre. Nobleza obliga, hay que decir que esas expresiones electorales fueron en algún departamento con integrantes de socios de la coalición votando dentro de nuestro lema.

Es interesante ver como en lo departamental el Partido Nacional se supera a sí mismo, incluso con menor porcentaje de participación del electorado respecto de las elecciones nacionales. Esto probablemente responda a la política de cercanía en las departamentales, que es una batalla cuerpo a cuerpo, donde la consideración de un buen candidato pasa por otros carriles de empatía, conocimiento y vecindad.

En tiempos donde se debate la nueva política y la vieja política, debo reivindicar la cercanía como modelo a seguir. Yo no creo en esa diferencia de políticas, que intenta desde el marketing dar frescura donde lo que debe primar es la realidad. No se trata de nuevo o de viejo, se trata de si es bueno, justo y efectivo. Creo en la Política, punto. Cambian herramientas, métodos, medios y actores, como en todos los ámbitos de una sociedad que evoluciona, pero la Política es la misma. Es el ser humano intentando desde el liderazgo y las decisiones mejorar el tiempo y el lugar en el que le tocó vivir.

El carisma, la dedicación, la sensibilidad, la cercanía, la identidad, se tienen o no, y la gente elige desde lo emocional y lo racional, pero es un pronunciamiento inapelable.

El ciudadano no se equivoca, porque “Vox populi, vox Dei”. El resto son análisis de voluntades y como tales de una altísima complejidad.

Luis Alberto de Herrera escribió allá por 1912 en una columna en el Diario “La Democracia” dos conceptos que tienen absoluta vigencia 108 años después. El primero fue el mandato de “crear sentido común”, que hoy se traduce como la visión de una Política que encare con realismo y responsabilidad los temas que urgen a nuestros compatriotas, sin entelequias ni abstracciones, simplemente sentido común, puro y duro.

El segundo concepto, el de la vigencia de los valores del Partido Nacional, que no saben de flores que marchitan pronto sino de frondosos árboles que se nutren de raíces fuertes y antiguas, que persisten e insisten en nuestra identidad y que se resumen inmortalmente en aquel “Las nubes pasan, el azul queda”.

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