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Nuevos viejos miedos

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DIEGO ECHEVERRÍA
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El miedo, emoción que acompaña al hombre desde sus orígenes, tiene que ver con el peligro y su percepción. Como definía Freud, es real cuando se corresponde con la dimensión de la amenaza, y es neurótico cuando la intensidad del miedo no tiene ninguna relación con el peligro.

Dicho esto, y a la luz de los hechos acaecidos en Washington los primeros días de enero ¿el mundo debe temer por la salud democrática de Estados Unidos? ¿debe sentir una sana preocupación por la sostenibilidad institucional del país más influyente del mundo? ¿son simplemente viejos fantasmas que siempre han sobrevolado? ¿sorprende porque Occidente idealiza la democracia norteamericana? ¿si sucediera en el África subsahariana, el mundo reaccionaría igual? Perdón por tantas preguntas, tengo más de ellas que respuestas.

El temor a los radicalismos siempre ha existido, pero un asalto a la sede del Congreso norteamericano no se puede naturalizar. Este ataque perpetrado por fanáticos (ni adherentes ni seguidores) de Donald Trump no es simplemente una invasión al Capitolio hecha por extremistas, es la materialización del odio y el miedo.

Si bien el miedo es condición necesaria para salir del estado de naturaleza, aquel “hombre lobo del hombre” del que hablaba Thomas Hobbes, es también el responsable del resquebrajamiento de la convivencia pacífica. Ese temor lo lleva a atacar, a deslegitimar y luchar por anular aquello que no está de acuerdo con sus convicciones. Y cuando estos procesos se agravan y se retroalimentan se llega a casos extremos, donde el hombre puede llegar además a odiar a lo que le teme, con las consecuencias nefastas que van de la mano del odio.

Si, es verdad que en Estados Unidos los discursos políticos se han vuelto muy violentos, teniendo en Trump un perfecto abanderado de la xenofobia, de la homofobia, de la misoginia, y de muchas posturas con las que un verdadero liberal debe estar en desacuerdo. Pero la pregunta no es ¿por qué el Trump empresario, el Trump candidato y el Trump presidente (no se puede dejar de resaltar su constancia y coherencia) siempre estuvieron de ese lado de la línea en tales temas?. La pregunta debe ser ¿por qué millones de norteamericanos encontraron en sus posturas un líder que pensaba igual que ellos y que los representaba fielmente?. Porque se podrán discutir muchas cosas, pero no la legitimidad de ese vínculo ciudadano-político, que nos lleva a aquellas reflexiones de Arendt donde se desdibuja el límite entre víctima y victimario. O más en criollo, ¿qué viene primero?, ¿el huevo o la gallina? ¿Hay gente que piensa así porque Trump es Presidente? ¿o era Presidente porque hay gente que piensa así?

En un contexto como ese, de prejuicios y preconceptos, una sociedad es terreno fértil para plantar miedo. Cualquier sociedad, también la europea, a pesar de pos-turas bienintencionadas como la de Angela Merkel, tiene también sus problemas en casa.

Porque es el miedo y el odio lo que han alimentado el crecimiento del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), convirtiéndolo en el principal partido de oposición, y que a pesar de sus postulados anti islam y xenófobos ha logrado romper el “Brandmauer” (cortafuegos), término que los alemanes utilizan para definir una convención política de años por la cual se evita que la extrema derecha pueda ejercer influencia real en la política alemana.

Bueno, el miedo lo logró otra vez y a pesar de la historia de un país que tiene heridas que aún no cierran. Y si los horrores del pasado no enseñan en países como Alemania, lo ocurrido hace unos días en Washington, puede quedar en el olvido si no se toma real conciencia de que hay caminos de los que hay que apartarse.

Por eso la reflexión debe ser profunda. No podemos comparar livianamente fenómenos políticos, menos aún caer en la generalización. Porque el miedo como fenómeno antropológico podrá ser el mismo, pero no las realidades sociales, culturales, religiosas, económicas, tecnológicas y políticas.

Y en las tecnológicas me quiero detener por la paradójica decisión de Twitter y Facebook de suspenderle indefinidamente las cuentas a Donald Trump. Justo ellos, que con sus algoritmos han nutrido la polarización y las campañas de miedo, y que son los “padres de la criatura”, porque Trump es Presidente gracias a ellos, no a pesar de ellos.

La realidad es que la carrera armamentista hoy es digital, como dice Harari, y quienes la ganen, gobernarán el mundo. Estamos entrando en una nueva era colonial, la del colonialismo de datos, donde estos tienen más poder que un tanque.

Y a esta altura de la historia es muy difícil negar que las redes sociales e internet, suelen ser generadores, catalizadores, y promotores de miedos. De viejos miedos, que ahora tienen nuevas plataformas y nuevos intérpretes. En un mundo tan rápido las reflexiones de 280 caracteres parecieran alcanzar para una aprobación de los que ya pensaban lo que allí dice, pero no para la búsqueda de la verdad. Sí, probablemente sea de una ingenuidad imperdonable buscar la verdad en ese territorio tan violento, pero es lo que hay que hacer e insistir en ello es el camino.

El miedo ha formado desde siempre, y hoy en día aún más, parte del debate social. Quienes ejercen el poder lo han utilizado como instrumento de dominación, y quienes no lo ejercen lo utilizan como instrumento de deslegitimación de quien sí lo hace.

El miedo a la inestabilidad institucional, al recor- te de libertades, al atropello de la igualdad, a los perjuicios económicos, a la injusticia, al avasallamiento de los más débiles, al ejercicio abusivo del poder, podría caber tanto en el discurso de un detractor de Luis XVI, de Putin, de Omar al Bashir, de Trump o en el tuit de manual de un opositor en la política local. Esa apelación al temor no es ni nueva ni original, cambian los medios, no los miedos.

Pero como siempre la cuestión está en la verdad más allá y a pesar de los temores, en buscarla y procurarla hasta las últimas consecuencias, porque solo ella nos hará libres, también de miedos.

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