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Causas y consecuencias

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DIEGO ECHEVERRÍA
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A lo largo de la historia hombres y mujeres han dado sus vidas a las más variadas causas, haciendo de ellas postulados, honrándolas y sacrificando mucho en su defensa.

En ese camino muchos lo han hecho con justicia, otros tal vez no tanto

Justicia sin misericordia es crueldad, decía Santo Tomás de Aquino, dándonos la posibilidad de estribar en este concepto, que más allá de su alcance filosófico o teológico, tiene una vigencia contundente cuando nos atrevemos a reflexionar sobre los métodos y los fines en las causas.

Actuar con coherencia, legitima. Y respetar esto implica que las formas y la esencia, en las cosas y en las causas, se abracen para validarse una a la otra.

Los relatos que han pretendido ser hegemónicos en nuestro país en las últimas décadas no se han detenido a analizar las contradicciones de muchas causas, e incluso esa inconsistencia les ha sido funcional para intentar fortalecer su propio relato.

La defensa de los Derechos Humanos, la protección de los derechos de los trabajadores, la reivindicación de políticas a favor de los más vulnerables, la lucha contra la violencia hacia la mujer, son causas demasiado nobles, demasiado importantes para que caigan en el utilitarismo político de algunos actores, que no reparan en la incongruencia de quienes mancillan las causas con intereses distintos a aquellos por los cuales son concebidas.

Las causas no pueden ser patente de corso, bajo las cuales se escuden otras intenciones, atropellando o arrinconando a quienes tengan otra óptica en las mismas. Es una contradicción “per se” reivindicar la no violencia desde manifestaciones agresivas tanto en el discurso como en la acción, atentando contra la propiedad privada, el honor, o cualquier otro derecho que ose pararse frente de estas reivindicaciones. Te pasan por arriba, pero solo hasta que el monopolio sea puesto en jaque, y por eso se debe dar el debate también por esta desmonopolización, la del relato que se autoproclama paladín de todas las justas causas.

Las buenas causas no merecen doble moral. Lo que está mal, está mal siempre, esté parado del lado que sea en el debate político o en la geografía ideológica con la que se quiere separar a “los buenos y malos” en algunas ocasiones.

No es justo que si Mujica dice que “es bastante inútil el feminismo” o que la agenda de derechos es una “expresión de la estupidez humana” el silencio sea ensordecedor. Las voces que no dejarían pasar la milésima parte de ese discurso en otras tiendas, acá callan y callan fuerte.

Esa aplicación selectiva deslegitima, de hecho asusta aún más la percepción selectiva de los hechos que pasan bajo el radar valórico de algunos colectivos, porque para quienes creemos en la causa estas distorsiones alejan la consecución de los fines que persiguen.

La miopía intelectual, y peor aún la moral, dañan las justas causas. Abrogarse la exclusividad de poder medir quién es políticamente correcto es tan injusto como incorrecto (parece un juego de palabras pero es una realidad).

En el reciente incidente entre el presidente de la Cámara de Diputados Martín Lema y la diputada Verónica Mato hubiera cabido con coherencia que el primero se preguntara ¿por qué tú tienes razón y yo no? ¿Por qué dices que anulo tu pensamiento por ser mujer mientras anulas el mío por ser hombre? ¿Por qué la discriminación de adjudicar a todos los hombres (por el solo hecho de serlo) la voluntad de acallar a la mujer (por el hecho de serlo)? Generalizaciones así son una contradicción injusta, que incurre en lo que reclama, y prefiero creer que la batalla por la igualdad se puede dar hombro con hombro, hombres y mujeres, sin necesidad de adjudicar intencionalidades donde no las hay.

Impacta ver, porque se nota, que ciertas posturas son la manifestación de lo que combaten. Discursos de odio que buscan paz, la discriminación que busca inclusión, la generalización que combate la invisibilización, la intolerancia disfrazada de corrección política, o la anulación de ciertos hechos históricos para el rescate de otros.

La coherencia brilla por su ausencia, una vez más, cuando se elige condenar solo ciertas dictaduras, dependiendo de su matriz ideológica, como si hubiera diferencia en si te aplastan con la bota derecha o con la izquierda.

Son la paradoja viva que reivindica dictaduras en un país libre, cuando jamás podrían reivindicar un país libre en las dictaduras que defienden.

Las causas no pueden ni deben ser un trampolín hacia otros intereses. Los trabajadores merecen que se los defienda desde reivindicaciones legítimas, no desde la trinchera sindical de un partido político.

¿Quién dijo que un partido es el único que defiende a los trabajadores y otros a los empresarios? Una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad, porque la concentración de riqueza en los que más tienen se vio consolidada en los últimos quince años, y no se basa en discursos sino en realidades. Pero es muy cómodo gritar una cosa en la tribuna y que los hechos vayan por otro carril. Por eso, más convicción, menos especulación.

El pensamiento tomista donde la forma hace a la esencia es vital, porque el fin se legitima en el medio, no lo justifica. Esa es la cuestión si queremos defender una causa con justicia. No vale todo en la búsqueda de un ideal, porque somos lo que hacemos, eso nos define a nosotros y a la causa que pretendemos defender.

No hay más verdad que la realidad, y cada vez cuesta más maquillar situaciones, disfrazar argumentos o tergiversar hechos. Las cosas caen por su peso, y los relatos también.

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