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Un blanco movedizo

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DIEGO ECHEVERRÍA
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Es difícil acertar un disparo a un blanco que se mueve demasiado. Conlleva un grado de dificultad enorme, especialmente si los movimientos son imprevisibles o no tienen un patrón predeterminado.

La complejidad de la tarea aumenta si se tienen pocos proyectiles, si son de corto alcance o peor aún, si la pólvora está mojada.

Sabrán disculpar los lectores mi omisión, debo aclarar que no estaba hablando de la entretenida disciplina olímpica sino de Política, y cuando hablo de un blanco movedizo me refiero a uno en particular: Luis Lacalle Pou.

Un blanco que se mueve, difícil de marcar, que no se deja encasillar, que les juega con pierna cambiada, que creen que desborda por derecha y los corre por izquierda.

Este Presidente se ha encargado de derribar prejuicios y preconceptos, porque la sociedad está llena de ideas preconcebidas y especialmente en Política suelen ser una herramienta que está al orden del día para alimentar intereses e intentar sacar réditos electorales.

Gobernar es decidir, y hacerse cargo. Gobernar es también una inconmensurable oportunidad de definirse a sí mismo por esas decisiones, de generar una imagen clara en función de acciones concretas, resultados medibles y datos objetivos. Es una instancia única para que las palabras y las discusiones contaminadas de prejuicios ideológicos le den paso a la realidad de los hechos. En conclusión, de mostrar lo que somos realmente y derribar el mito de lo que otros cuentan que somos.

El pragmatismo es enemigo de los prejuicios, y cuando se gobierna las acciones se contextualizan en un momento y un lugar, donde se hace carne aquel postulado de Ortega y Gasset de que el hombre es él y su circunstancia, sin lugar para abstracciones o escenarios ideales.

Y nuestra circunstancia, hoy, son tiempos de crisis. Donde el Estado debe intervenir fuertemente a nivel de subsidios, préstamos, asistencia alimenticia, sanitaria y atención a los más vulnerables. ¿Qué esperaban algunos, alimentados de prejuicios y alimentándolos a su vez? ¿Un “laissez faire, laissez passer” funcional a la construcción de un relato? Tal vez. Y dejo el beneficio de la duda solo para no caer en un prejuicio más de los que la política debe escapar.

Es difícil acertarle a un blanco movedizo. Porque cuando algunos esperan que juegue la carta de un Von Hayek te juega la de Keynes, o porque cuando esos mismos esperan que se deje una situación librada a “la mano invisible del mercado” reciben acciones concretas en materia de acuerdo de precios.

Es difícil para algunos maestros de las profecías autocumplidas generar una imagen de un Presidente aristócrata cuando se les sienta a comer un rancho con militares, de forma improvisada y descontracturada, pero sobre todo natural. La verdad, es difícil.

Los tiempos que vivimos, donde las redes sociales exponen a todos, lo quieran o no, permiten ver de cerca, seguir los pasos de un gobernante y hasta leer sus gestos. Gestos que hablan, definen, y en definitiva transparentan.

La batalla es entre las redes que transparentan, mostrando elementos que aporten a la conformación de una opinión y las redes que desde las más variadas fake news alimentan y viralizan prejuicios, que encuentran terreno fértil en un espacio de impunidad y anonimato.

Pero la Política debe ir más allá de los gestos, que aunque evidencian algo más profundo, son parte del debate estético. Y el debate debe ser sobre lo ético, que es lo que realmente debe impregnar las acciones de gobierno. Acciones como la rebaja de los sueldos más altos en la órbita del Estado, empezando por los cargos políticos, que hacen que la ciudadanía pueda empezar a confiar nuevamente en la vilipendiada actividad política. Algunos podrían preguntar si “mueve la aguja”, y la verdad es que sí, porque la aguja no solo es financiera sino también ética.

Y son esas jugadas movedizas las que, nuevamente recurriendo a las metáforas futboleras, dejan en offside a algún sindicalista de solidaridad un tanto selectiva y que con una particular forma de elogiar la inteligencia del Presidente, reconoce que quedó notoriamente fuera de juego.

Es así que seis de cada diez uruguayos aprueban la gestión del Presidente, lo que significa que cerca de un tercio de quienes que no votaron por Lacalle Pou en el balotaje valoran positivamente su gobierno. Esto visto en términos estadísticos, pero traducido al criollo es un “Bien tu Presidente, che”, un “La verdad que la tiene clara”, o un “Me sorprendió lo bien que se maneja”.

Así suena un prejuicio cuando se cae, es estruendoso, es revelador. Y cuando esa barrera ya no está, entra la luz de la honestidad intelectual de quien no puede dejar de ver que no hay más verdad que la realidad.

La libertad como premisa es la que hace que un gobernante no cobre al grito, que no se deje presionar por pedidos de cuarentena obligatoria en medio de una crisis sin precedentes. Se debe estar profundamente convencido para que la presión colectiva y de voces opositoras de peso, no afecten su temple. Son esas convicciones arraigadas las que proyectan la transparencia y la confianza que la gente percibe, haciendo que propios y ajenos lean la realidad en la misma clave.

“Callaron todos, tirios y troyanos” escribía Cervantes en Don Quijote de la Mancha. Y ese reconocimiento se percibe en estos tiempos, cuando la sociedad ve que ante una crisis no hay lugar para ideas preconcebidas y la buena gobernanza dicta que las decisiones se tomen en base a la excelencia técnica, a los equipos multidisciplinarios, a la transparencia, a la sensibilidad social y a la determinación política. Cuando se avanza con esa impronta, es muy difícil que se pueda encasillar a un Presidente, porque no estará parado en el lugar de la cancha donde se espera, sino donde se debe, ya que en el primer caso se basa en la subjetividad de algunos que lo ven desde una perspectiva de prejuicios previsibles y en el segundo en la objetividad ineludible de una realidad imprevisible.

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