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El síndrome de Huasipungo

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DANILO ARBILLA
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Es complicado lo de Ecuador. Hace casi 50 años entrevisté al doctor José María Velasco Ibarra en el Palacio de Carondelet. Le había pedido la entrevista cuando era presidente, pero me recibió siendo dictador.

Velasco Ibarra fue electo presidente cinco veces. En dos trocó en dictador. Solo una vez completó su mandato institucional.

“Es gente muy sensible, hay que saberla manejar. Ha sido muy explotada, muy humillada”, me dijo de los indígenas ecuatorianos.

Por esos días aún aparecían avisos de venta de grandes haciendas de miles y miles de hectáreas con cientos y miles de huasipungos (*), pequeños lotes de terreno que el indígena cultivaba, donde tenía su choza y vivía con su familia. Cada huasipungo significaba peones gratis -jefe de familia y resto- para el propietario. Se aseguraba que este tenía hasta derecho a la pernada (primera noche). Para el indígena “su” huasipungo era sagrado. Por él peleaba.

Unos diez años después apareció petróleo. Desde esa fecha, más o menos, está subsidiado el combustible.

Los indígenas, organizados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) son muchos y fuertes y han tenido diferentes clases de huasipungos por los cuales pelear a lo largo del tiempo: fuera por la reforma agraria y las nacionalizaciones -petróleo, minería- o contra los bancos, los chinos y los Estados Unidos y siempre contra el FMI.

Ahora el lío es por la quita del subsidio a los combustibles que implicó un aumento del 123% del precio de la gasolina y por tímidos recortes a la burocracia estatal: las principales entre otras medidas propuestas por el FMI.

La suba de los combustibles golpea a todos, y a los de abajo aún peor (pensar solo lo que implica en el transporte colectivo y precios de fletes). La burocracia por su parte defiende con uñas y dientes y con cualquier arma y artimaña sus privilegios.

El gobierno de Lenin Moreno, en su propósito de reducir el déficit también ha tomado medidas contra los ricos. Combo completo. Muchos frentes a la vez y, si bien la protesta no tiene un fin y origen propiamente político, se suma la predica de la oposición correísta.

Rafael Correa -rara avis- completó dos mandatos. Disolvió el parlamento, luego inventó un golpe de estado, reprimió, recortó libertades, en particular la de expresión, mucho populismo e insultos a granel a sus opositores y reparto de plata dulce. Le salió bien, pero fundió al Ecuador.

Se retiró a Bélgica, su segunda nacionalidad y allí permanece, ahora exiliado por estar requerido por corrupción. Él se da el lujo de ironizar sobre la situación de su país desde las salas de la Unión Europea. Moreno lo acusa de ser uno de los inspiradores de esta protesta en sociedad con Maduro. Este, a su vez, está siempre listo para decir ordinarieces y proferir insultos baratos, estilo que, lamentablemente y a medida que se acerca la elección, parece estarse “infiltrando” entre sus correligionarios de Uruguay,

La cuestión es que Moreno, candidato y heredero de Correa, atacó con éxito el problema de la corrupción de su antecesor. El tema económico le resulta más difícil. La herencia es terrible. Las soluciones no son fáciles ni populares y las urgencias de la gente menos favorecida no son pocas. No puede ni está dispuesta a ceder y esperar mucho.

Se informa que -mientras arden las calles, más en la sierra (Quito) que en la costa (Guayaquil)- se ha procurado el diálogo, pero ha sido rechazado por la dirigencia indígena. No se trataba de un diálogo tipo Maduro u Ortega. Y es de desear que no degenere en ello.

Quita de subsidios, precio del combustible, jubilaciones y burocracia son los mayores problemas para los gobiernos de hoy.

Lo son para el Uruguay. Quizás se escape el precio del combustible -que es instrumento de recaudación y sirve para subsidiar a otros sectores. El precio de la nafta en Uruguay es de los más altos del mundo. Danilo Astori -el gran artífice- ya, de a poquito, nos ha cocinado a todos.

Sobre nuestras cabezas, en tanto, penden 800 mil beneficiarios de la seguridad social y el desborde de la burocracia: en cantidad, nivel de sueldos, prepotencia, ausentismos y soberbia.

El gobierno y el Frente Amplio confían en la respuesta de los funcionarios -70 mil más-, y de los jubilados que no han sido maltratados, más el Mides, la militancias y los perezosos de todo tipo. Además mienten y tergiversan la historia. Eso sí, sin apartarse de su política exterior en la que sin duda se oculta la peor hilacha del ajado traje frenteamplista.

El de los jubilados será un problema cualquiera sea el gobierno, pero nadie lo quiere menear: representa muchos votos. Al de la burocracia nadie se le anima en serio. Hay otros, como el de los derechos y libertades, pérdida de privacidad, persecución fiscal, nuevos impuestos o su extensión, sobre los que no abundan definiciones muy concretas.

En fin, cada uno tiene sus huasipungos.

(*) Huasipungo es una vocablo de origen quechua cuya traducción se aproximaría a “lote de terreno”: (huasi= casa y pungo= patio). Ciertamente, su existencia como tierra parcelada implicaba una relación premeditada de dependencia de su propietario, quien proporcionaba (según costumbre de la época) provisiones a sus “huasipungueros” en canje por su trabajo sin paga.

Se denominaba “huasipungueros” a aquellos aborígenes dados en Encomienda a partir del siglo XVI o ya por costumbre aceptada en fecha posterior. Luis Cordero Crespo en el diccionario quechua-castellano/castellano-quechua dice “huasipungu” es aquella pequeña porción de tierra que el indígena labra alrededor de su choza; y agrega además que huasi (casa) y pungu (puerta, entrada) significa valle de cerros o colinas que abre paso a un camino.

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