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La ola marina

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DANILO ARBILLA
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Fue un mal debut. El primer clásico que vi fue el de 1949. Medio partido. Tenía 6 años. Vinimos en tren desde Casupá y llegamos a media mañana. Papá, dos amigos de él, Carlos mi hermano 2 años mayor y yo.

De la estación caminando hasta el estadio: para ver la ciudad. Ya en las afueras del Centenario comimos chorizos al pan. Uno y medio cada uno. Y coca cola. ¡Qué fiesta! Carlos orondo con su camiseta de Peñarol y yo lo mismo con la mía de Nacional, la que me improvisó mamá con una camiseta blanca a la que le cosió un escudo que me hizo Carlos. Por ahí aparecieron unos churros. Nunca había comido. Y una coca para los dos. Poco me afectó el desenlace y a la prueba me remito: hace 55 años que soy socio de Nacional. Además vi a Walter Gómez, Schiaffino, Obdulio, Ghiggia, Tejera, Cruz. Aníbal Paz le atajó un penal a Míguez, pero el “Patrullero” Vidal, se supone adelantado convirtió el segundo. Ahí se armó el lío: echaron a Tejera y a W. Gómez. Si hubiera existido el VAR, la historia sería otra, supongo. Ventajas de la modernidad. La interrupción vino bien: nos permitió ir hasta la Coca Cola, en Pouey, y ver el proceso de embotellamiento. Parecían soldaditos desfilando.

No recuerdo ningún incidente ni protocolos para la salida, ni en el trayecto. Carlos contento, con su camiseta y yo con la mía sin inmutarme. Volvimos en el tren de las 18 y 17. Lleno de hinchas de Nacional y Peñarol. Ni un problema.

Hace dos días por TV, se informó sobre el operativo de seguridad montado por el clásico de mañana. Me asusté. Como si se esperara una guerra civil o se preparara una evacuación ante la amenaza de un volcán o la llegada de ejércitos invasores.

Muchas cosas han cambiado. Unas para bien y otras no tanto. Como la ola marina que “tiene un motor que camina pa’lante (y), tiene un motor que camina pa’trás”.

Hubo una época que había contrabando de carne de Canelones o de cualquier lugar del interior a Montevideo. Los traficantes no eran de drogas, sino de carne.

En el pueblo los blancos iban a hacer número a los actos colorados y viceversa, ubicados un poquito mas atrás, para darle una manito al líder local. Se prometía mucho, se mentía algo, pero no como ahora. Nadie era enemigo de nadie, ni los buenos estaban de un lado y los malos del otro.

En el interregno la cosa se ensucio mucho. Aparecieron los combatientes que mutuamente se acusaban de terroristas. Pero que hoy, por sobre aquello, son “combatientes”, según uno ve, lee y escucha.

Los alquileres eran otro penar y se estaba a la pesca de un “traspaso” para conseguir algo. Lo que había para alquilar estaba caro: los propietarios esquilmados por las leyes de desalojo buscaban cubrirse. No se imaginan los jóvenes de hoy lo que era aquello. Por suerte desapareció gracias a una sabia ley de alquileres que es la que rige. Contratos a dos años, con garantía, opción a un año más con ajuste a convenir o según índice de precios y un año para el desalojo. Para buenos pagadores por supuesto. Las partes pueden convenir hacerlo sin garantía, pero eso ocurre solo entre parientes o muy amigos o compinches. La LUC en ese sentido sumo una opción más: contratos sin garantía, la que implica un costo extra importante para el inquilino, dándole al propietario la seguridad de un rápido desalojo si no le pagan el alquiler. Ni más ni menos. Es un nuevo beneficio que no anula nada de lo bueno anterior.

No se engañen. No dejen que les mientan.

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