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DANILO ARBILLA
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No sé si es momento. Y más con semejante déficit y la preocupación y malabarismos que tiene que hacer el nuevo gobierno para frenarlo. Pero, más vale un “por si acaso” aunque “si lo hubiera sabido”.

Cuando se habla de ajustes y ahorro, en donde sea, el recorte de la “publicidad oficial” encabeza la lista. Lo acompaña la reducción de los gastos en prensa (y no se refiere a no prender la radio ni la TV o apagar las compu, sino a la compra de diarios y semanarios).

No sirve de nada. Si se afina, se gasta más en café, en mandados en el auto oficial y en la instalación y funcionamiento de oficinas oficiosas, que en diarios.

Además, con el pasar de los días en que los jerarcas necesitan prensa para destacar su gestión, rebuscan y encuentran rubro. Y se lo asignan a los amigos. El peor de los pecados.

La prensa está en crisis. La gente lee menos en papel (la verdad, lee menos). Ahora, quizás sea demasiado pretensioso afirmar que la prensa fija la agenda como antes, pero todavía hay mucho de eso. No voy a negar las redes, pero ni los Wikileaks ni Assange, habrían llegado a casi nada, sin prensa y sin los otros medios tradicionales (radio y TV).

Aquí mismo hay personajes -y personajes- de cuya existencia nadie sabría si no fuera porque sus tuits son “levantados” por la prensa con una inexplicable frivolidad profesional. Alguna está en el “juego”.

La prensa se necesita. Hace a la democracia.

Son aún junto con la radio y la TV los sostenes de la democracia. Piénsese en que los dictadores a lo que más temen es a los diarios (ver Correa, Ortega, los Kirchner, Maduro). Son los más difíciles de controlar. Y por eso los cierran o, los más sofisticados, “los funden”, que es una forma de clausura más disimulada y a la vez más efectiva.

Sin duda la prensa escrita, en papel, por razones obvias es la más castigada. Más que desampararla habría que protegerla. Es proteger la democracia. Parece exagerado, pero son esas cosas que muchas veces recién se aprecian cuando faltan.

No pasa entonces por reducir los gastos en prensa o recortar la publicidad oficial. Pasa sí, para empezar, por distribuirla bien. Con criterios técnicos propiamente dichos y no con el criterio de técnicos allegados o militantes.

No utilizarla para premiar o castigar.

Pero en estos nuevos tiempo, de tantos avances, ya no basta con el rubro publicitario, que, lo dicho, no puede ir más allá que lo técnicamente recomendable. Es preciso pensar en algún tipo de subsidio. La palabra me chirria, pero no hay otra, aunque sea un gasto más y no de las cosas populares.

Prácticamente en casi todos los países europeos la prensa recibe subsidios. Es más, aquí en Uruguay la prensa escrita era “ayudada” a través de exoneraciones, sujetas a la cantidad de gente que ocupaban, que eran formas de subsidio.

Fueron eliminadas por Tabaré Vázquez y Danilo Astori en uno de los más sutiles y efectivos ataque a la libertad de prensa. Y fue en época de vacas gordas: dijeron, con ese tono pastoso de buenos y de cátedra que usan, que no podía haber “perforaciones”. Pero no fue así: las hubo para taxis, cooperativas, sectores del agro; tremendos buracos, pero no para la prensa.

Es, en principio, un punto a considerar; la democracia bien lo vale.

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