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Libertad y muerte

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DANILO ARBILLA
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Si fuera creyente estaría convencido de que la pandemia fue un designio de Dios, una especie de “tate quieto” a la soberbia de los hombres.

Algo así como lo de la torre de Babel, que dio lugar a diferentes idiomas que los confundió y resultó ser más efectivo que el Sunca para parar una obra con la que se pretendía llegar al cielo. O con el diluvio universal, un desborde de agua destinado a lavar los pecados de los hombres y que los ahogó a todos; salvo a Noé y su familia. Más terrible incluso fue lo de Sodoma y ciudades aledañas bombardeadas desde el cielo con bolas de fuego con el propósito de poner fin al jolgorio. Léase relajo: parece que no se respetaba ningún tipo de protocolo y todo era un “dale que va”, al son de los tamboriles.

Como no tengo dios ni religión, soy antidogmático y no integro ningún partido político para que me señalen cuál es y dónde está la verdad, lo atribuyo a la sabiduría de la naturaleza, la que así, naturalmente -valga la redundancia- también nos llama al orden de vez en cuando.

No tener de que agarrarse y quien te ampare y proteja, no es fácil. Es mejor tener tutores, pero mucho mejor es ser libre aunque los riesgos sean mayores. No me apetece morirme antes de tiempo y por tal razón y responsable de mi vida, me he cuidado mucho. He cumplido y cumplo protocolos y recomendaciones; estoy vacunado en forma, y ahora bastante menos indefenso.

Pero siempre lo tuve claro: si me contagiaba, que por suerte no ocurrió antes de las vacunas, e igual toco madera sin patas, había fijado un límite y lo hice saber: no permitiría ser intubado.

No estaba, ni estoy dispuesto a que llegado el caso se resolviera pasarme a un estado de inconsciencia, invadido, dolorido, anestesiado y con la muerte como casi segura conclusión (más del 85% ). Sin poder despedirme, como debe ser, de mis seres queridos y hacerlos padecer una espera inútil. Ustedes imaginan un final más triste, más cruel. No conmigo, por cierto. Hago valer mis derechos. No estoy dispuesto a ser intubado, como tampoco acepto continuar viviendo siendo un ente sin memoria y sin razón, una injusta caricatura y además una car-ga, en todos los aspectos, para aquellos que quiero y me quieren.

Hay quienes no están de acuerdo conmigo y tienen todo su derecho. Que no lo hagan si no quieren, pero no me parece pertinente que quieran privar a otros de ese derecho y esa libertad. A mí, no.

Yo no obligo a nadie y respeto sus creencias pero soy intolerante ante la intolerancia.

En el parlamento hay un proyecto sobre eutanasia o muerte asistida. Pretende regularizar y ordenar lo que es una realidad. Está algo estancado, lamentablemente. No me lo explico: se trata en definitiva de igualar a los más desvalidos por razones de salud: porque suicidarse puede hacerlo cualquiera y lo hace. Y los que fracasan en el intento no son castigados por la ley. La norma sí tiene que establecer la necesidad de asistencia y ayuda sicológica, muy precisas prevenciones cuando se trata de decisiones de terceros y además respetar los valores éticos y de conciencia de cada actuante.

Pero no creo que sea de recibo el argumentos de los paliativos para el dolor; si este desaparece también desaparecen las ganas de morir. Menos de recibo es que alguien se permita imponer a otros su verdad o sus creencias. Eso es intolerable.

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