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Idea

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DANILO ARBILLA
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No puedo caminar, casi. Pero tuve la suerte de viajar mucho; y ya está. Durante años en mis idas a congresos, asambleas, misiones, seminarios, siempre cargué libros, para regalar. De dos autores: Horacio Quiroga, sus cuentos y de Idea Vilariño, sus poesías.

Para lucirme, y dejar bien a las letras del país no había como errarle.

Una vez, en el año 1996, en California, le di un libro de poemas de Idea a Gabriel García Márquez. Por supuesto la conocía a ella y a su obra. Al día siguiente el escritor me dijo: “anoche disfruté de tu libro, qué poeta, sus poesías potencian el idioma, son como talladas en mármol, como monumentos al castellano y a cada tema que aborda”.

García Márquez era uno de los conferencistas invitados a la Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Habló allí de “El mejor oficio del mundo”. (Alguna vez contaré sobre las idas y vueltas para que la SIP invitara al escritor tan amigo de Fidel, y para que García Márquez aceptara la invitación).

A Idea Vilariño, de quien se recuerdan en estos días los 100 años de su nacimiento, la traté durante muchos meses y varias veces por semanas hace seis décadas. Luego estuve y crucé palabras con ella a lo sumo en dos o tres ocasiones.

En el año 1959 fui uno de sus alumnos en las clases de literatura en el IAVA (Primero E de Ciencias Económicas). Tres veces por semana. Estaba siempre como enojada. Nos trataba áspero. Eran clases áridas reforzadas por El Cid, Manrique y algunos pedazos de La Biblia, La Ilíada y La Divina Comedia. No faltaba nunca, ni su ventaja comparativa era la simpatía.

Hice algunos comentarios con unos amigos más al día -yo venía de Casupá y tenía que descontar- y me hablaron de sus libros de poesía y de que era o había sido novia de Onetti (quien tampoco sabía quién era). Me hice como pude de una edición de sus “Poemas de amor”. Eran para gritar gol. A partir de ahí me envanecía de ser uno de sus alumnos. Comencé a entender bien de que se trataba eso del amor, y con 16 años -Idea ya cumplía 40- descubrí que también existe amor entre gente mayor.

Idea era apasionada, seca e intolerante. Y la intolerancia es más que pertinente cuando de amor se trata, pero no tan aceptable en otros rubros, como le pasaba a la profesora. Era global.

Unas tres décadas después me reencontré con ella. Estaba en un bar con Guillermo González, de Brecha. Este me llamó y me invitó a sentarme: “¿Conocés? Ella es Idea Vilariño”. Por supuesto, leo y releo sus poesías y fui su alumno en preparatorios, dije y eso le gustó. También le gustó que fuera periodista. Cuando Guillermo le dijo que era Director de Búsqueda, se rompió todo. No le cayó nada bien.

Otra vez fue con Ernesto González Bermejo, quien insistía en tomar un café juntos. Que no era tan así, decía. Él poco después lo sufrió en carne propia. En política, como en el amor, decididamente Idea ponía la misma fuerza y pasión.

La invitamos a unirse a nosotros al día siguiente en un almuerzo en El Águila, y dijo que no. Yo me lamenté no tener un libro suyo para que me lo dedicara: “será para la próxima”, dije. “No pierda tiempo”, me respondió.

Lo lamenté, pero no tanto, yo ya tenía su dedicatoria. “Diciembre 2 de 1959. Literatura, 1er. Curso. Aprobado. B.B.B. Idea Vilariño”. En mi carnet de estudiante. De puño y letra.

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