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¿Dónde hay que firmar?

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DANILO ARBILLA
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Y dale con la vacuna. Y faltan como cuatro o cinco semanas para comenzar, y andar despacito. La última es que hay que firmar. Asumir responsabilidad por una parte y librarse de ellas por otras (léase estado y laboratorios).

Muchos ruidos, críticas y protestas por esta novedad, aunque no se trate de algo tan nuevo. Desde hace tiempo se requiere la autorización del paciente -debidamente informado (es su derecho)- previo a someterse a un acto médico. Y más si este conlleva un cierto riesgo o implica utilizar técnicas y aparatos de última generación y recurrir a nuevas drogas (o vacunas).

Que se dejen de embromar. Yo estoy dispuesto: ¿dónde hay que firmar?

Quizás hasta me toque un poco antes. Para la vacuna de la gripe estaba entre los primeros -edad y patologías varias- e iban a casa. Para estas de la peste, tan flamantes y escasas, se ha establecido un cierto orden: primero personal de la salud, con acuerdo unánime y caluroso aplauso que se lo merecen, segundo población de residenciales y su personal, seguidos, en principio, por adultos mayores y sus vulnerabilidades. De los fallecidos por Covid-19, siete de cada diez pertenecen a esa franja. Ser viejo con algunas nanas más la peste es una combinación explosiva.

Pero hete aquí que se coló la gente de la educación. Hebert Gatto en su última columna estimó que ello sería para mantener la “presencialidad” y “estimular” a los funcionarios. ¡Mirá!. Sin duda es una gente que en toda esta época se ha mostrado algo díscola y por momentos reticente. Esa vez, si les toca antes, que se decidan sin tantas idas y venida: por cada día que pasa se van entre 7 u 8 veteranos.

El doctor Gatto abordó el tema no con pocas tribulaciones por cuanto le “alcanzan las generales de la ley”. A mí también y por ello he dudado en encararlo. En un principio pensé en tomarlo con humor y anunciar que me iba a “mudar” a un residencial para colarme, pero cambié por algo de más humor negro y atribuir la idea a la comisión que estudia la reforma de la seguridad social.

Pero ya en serio pensé en no vacunarme e ir al final de la cola -como debe ser para los que no quieren hacerlo- y así escribir sin dramas éticos. Pero tampoco se dio: mi mujer, tan vulnerable como yo, me dijo “te vas a un hotel, en casa sos un peligro andante”.

Así que resolví no meterme en este asunto y elegir otro menos dramático y algo más reconfortante. El sueldo de Messi, por ejemplo: 555.237.619 euros. ¡Qué lo parió!, como diría Mendieta. Y con esa carita de medio bobo. Pues, ¡que viva la cara de él! Se lo gana en buena ley, sin explotación del hombre por el hombre, sin encadenamiento de los obreros, sin plusvalía, etc., etc. La gente lo paga con gusto. Es feliz y siente alegría al verlo jugar o al comprar una camiseta donde figure su nombre y número. Y que revienten los envidiosos, los resentidos y los redistribuidores de plata ajena.

Además de su habilidad innata, se ha dedicado y trabajado mucho para ello. A mí lo que me indigna no es lo que gana, sino lo que paga de impuestos: 260 millones de euros. ¿Se dan cuenta cuántos burócratas inútiles y vagos paga por año el rosarino? Una legislatura entera. Entre Messi y Ronaldo han mantenido a la clase política española, la que hace mucho, mucho tiempo que no mete un gol.

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