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El espejo argentino

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Francisgo Faig

Hubo un antes y un después del gobierno de Juan Domingo Perón en la Historia argentina. Un punto de inflexión que luego marcarían de manera implacable los años posteriores.

A diferencia de la democratización uruguaya de principios del siglo XX, la Argentina de los años cuarenta no había logrado incluir dentro de su formidable desarrollo económico nacional a los llamados "cabecitas negras": los cientos de miles de desclasados sociales que terminaron conformando el sustento político peronista (los "queridos descamisados" con los que contaba Eva Perón).

El "Pocho", como se lo conocía afectuosamente al general Perón, gobernó para sus descamisados, redistribuyó la riqueza, y fomentó la industria nacional. Estaba convencido de la legitimidad del pueblo votando y de la acción económica y social del Estado.

Pero nunca se enamoró de las virtudes de un sistema democrático liberal con el que no comulgaba.

Su cultura militar no se sentía cómoda en los meandros de las deliberaciones y negociaciones propias de una democracia plural. En su juventud, había admirado las instituciones de la Italia fascista.

Su triunfo electoral de 1946, claro y legítimo, se construyó, sin embargo, sobre una base demagógica innegable.

Desde el principio, la demonización del adversario formó parte de la prédica peronista, cuando el "primer trabajador" argentino puso a la nación ante la opción de "Braden (embajador estadounidense en Argentina) o Perón".

El debate electoral se simplificó así sobre la base de una presentación falseada, pero sin incurrir directamente en la mentira (Braden había operado efectivamente contra la candidatura de Perón).

Ya en el poder, Perón omitió el perfeccionamiento de la ciertamente frágil institucionalidad democrática-liberal argentina. Respeto por la separación de poderes, garantías a la prensa libre, aceptación de la legitimidad del adversario: todas dimensiones que nunca fueron trazos característicos de su gobierno.

Sin embargo, "Pocho" se ocupó sí de moldear su liderazgo sobre la imagen-espejo de igualdad con su pueblo.

Esa comunión se llevó adelante con una lógica política antiliberal. Ser buen argentino implicaba seguir al General; no identificarse con Perón ponía en duda, desde esa forma de ver lo colectivo, la condición de buen patriota.

El peronismo no tenía adversarios políticos; tenía enemigos. La construcción política sólo podía ser mayoritarista: el no-peronismo, por definición, era antipatriota.

Algunas célebres frases vinculadas al movimiento peronista, o al propio General, ilustran cabalmente el sentido demagógico de ese liderazgo que ejercía "Pocho".

La de "alpargatas sí, libros no", de pretendido sino democrático, reivindicaba, en realidad, una falsa oposición. Años más tarde, cuando enfrentó dificultades en la conducción de su movimiento, Perón recurrió a otra frase propia de la táctica del despiste del demagogo perspicaz: "yo me manejo bien en un quilombo". Se trataba de desviar la discusión, pasándola de una zona de conflicto hacia un tema en el que "Pocho" se presentaba con ventajas frente a cualquiera que pusiera en duda su capacidad de liderazgo.

A pocas horas de una decisión ciudadana histórica, es bueno revisitar el espejo de la Historia argentina, y valorar la libertad ciudadana que nos da el sufragio secreto en la democracia liberal y republicana.

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