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Caramba y carambe

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DANILO ARBILLA
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Tengo una laptop misógina o machista, no me aceptaba el título y me lo corregía: caramba, caramba y caramba; nada de inclusividades. Esto del lenguaje inclusivo es una complicación. Y suena hasta feo o fea en sí mismo o misma.

Para algunos “sectores” es una forma de asegurar el ejercicio y la militancia permanente, que es lo que pasa con la Ley de Urgencia (la recolección de firmas y, si llegan, un plebiscito), con las muertes evitables y la defensa de las democracias ejemplares de Nicaragua y Venezuela, pero en nada ayuda en la conquista de la igualdad de derechos que se persigue.

Álvaro Ahunchain lo explicó con meridiana claridad en su última columna: “El respeto a la mujer y a la identidad de género, cualquiera sea, son derechos que no se obtienen hablando de manera estrambótica y cómica, sino militando políticamente por esos valores”…

“Decir ‘todes’ o ‘todas’ es un vulgar placebo. Es sentirse bien con uno mismo, satisfecho de integrar una vanguardia ideológica que se autodiscrimina, pero hace poco y nada por reparar aquellas injusticias”. (“Inclusivitis, otra vez”, Álvaro Ahunchain, El País, Miércoles 16 de junio, pág. 12, La última. -Vale la pena leerla toda).

Yo me atrevería agregar que, además, es ser utilizado y dejarse utilizar por miedo a enfrentarlo y por la comodidad de no salirse de lo políticamente correcto.

Es una imposición a la que la gente mayoritariamente se resiste, creo. Aquí y en todas partes.

Además está teñido, ideologizado o partidarizado y eso sí frena y da argumentos a quienes están en contra de lo que es legítimo.

Se ha avanzado mucho y aún falta, pero ¡cuidado! Si firmar contra la LUC se trasforma en causa feminista, es un muy flaco favor.

Lo que se ha conseguido no es gracias a la izquierdas; nada que ver, pero se han adueñado de esas banderas.

Esa misma izquierda que no hace asco y apoya a todos los gobiernos en los que muy poco han conseguido las mujeres y otros colectivos y tiene líderes como Daniel Ortega, Nicolás Maduro o la novel estrella, el peruano Pedro Castillo, todo lo que es muy elocuente.

Persisten aún muchas injusticias, pero esto del lenguaje inclusivo no encaja ni ayuda y además embarra la cancha y opera en contra.

Además marea. A mí, por lo menos. No se habla correctamente como antes y eso confunde.

El otro día por ejemplo, en un intercambio de opiniones, información e interrogantes sobre si se descontaría el día de Paro al senador comunista Óscar Andrade y de cuánto sería el descuento, uno de los participantes del debate lanzó “y mientras ahí están los Andrades queriendo tapar lo de la regasificadora, adueñándose del GACH y su propuesta de las tres semanas y con la nueva bandera de las muertes evitables”.

Y entonces me entró la duda y me pregunté si se dirá así o habrá que decir “los Andrades y las Andradas”.

Consulté a un amigo que entiende del tema.

Ya estaba al tanto. Lo noté muy pero muy preocupado. Me dijo que por causa de esto de “los Andrades” casi no había dormido, que tuvo pesa-dillas y que se despertó so-bresaltado con una obsesiva interrogante: “¿serán más de uno?”.

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