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Crimea y los uruguayos

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Esta semana escuché a dos personas, de diferente edad y filiación política, utilizar las mismas palabras sobre el conflicto en Crimea, ese territorio disputado entre Ucrania y Rusia: “el gobierno de Ucrania es de derecha”. Frase que ubica inmediatamente a Putin y las tropas rusas actuantes en la “izquierda”. Reflejo de aquel mundo bipolar en el que los rusos eran la propuesta alternativa al capitalismo, pero reflejo erróneo, porque Rusia es hoy un imperio regido por un capitalismo tan “salvaje” como el del resto del mundo, aunque implantado sobre viejas apetencias geopolíticas: Crimea es —sencillamente— un puerto imprescindible para Rusia. Derecha e izquierda no son conceptos aplicables en ese escenario.

Esta semana escuché a dos personas, de diferente edad y filiación política, utilizar las mismas palabras sobre el conflicto en Crimea, ese territorio disputado entre Ucrania y Rusia: “el gobierno de Ucrania es de derecha”. Frase que ubica inmediatamente a Putin y las tropas rusas actuantes en la “izquierda”. Reflejo de aquel mundo bipolar en el que los rusos eran la propuesta alternativa al capitalismo, pero reflejo erróneo, porque Rusia es hoy un imperio regido por un capitalismo tan “salvaje” como el del resto del mundo, aunque implantado sobre viejas apetencias geopolíticas: Crimea es —sencillamente— un puerto imprescindible para Rusia. Derecha e izquierda no son conceptos aplicables en ese escenario.

Es cierto que un siglo y medio es mucho tiempo, pero es justo señalar que los uruguayos de 1856 estaban mejor informados que los actuales. En ese año los montevideanos acudían al Gabinete Óptico de la calle Zabala número 92, previo pago de entrada, para ver la proyección de fotos sobre el sitio de Sebastopol.

Las fotos permitían ver escenas de ataques por mar y tierra, cuando las noticias llegadas de París decían que, destruida Sebastopol, ocupada Crimea por los ejércitos aliados y arrojado del Mar Negro el pabellón ruso, “el ascendiente de la Europa occidental, de la Europa liberal y civilizada queda irrevocablemente asegurado en Europa”.

Montevideo, convertida desde la Guerra Grande en una Nueva Troya, bullía de nacionalidades diversas y festejó esa toma de Sebastopol por todo lo alto, con campanas al vuelo, iluminarias y fiestas en las calles. Se preparó incluso un gran de Banquete de los Aliados, organizado por una Comisión de la que fue tesorero Andrés Folle, antepasado de Aureliano Folle, el actual cronista de TV. Ni siquiera el levantamiento armado de José María Muñoz, que irrumpió en la ciudad en el mes de noviembre, proclamando que venían por la cabeza de Oribe y contra el pacto que lo ligaba a Venancio Flores, logró aquietar los preparativos del banquete.

La gente de Muñoz tomó el Fuerte mientras las tropas fieles al gobierno ocuparon la iglesia Matriz y el Cabildo, amontonando en las veredas las bolsas de arena y tierra, los pertrechos militares y los caballos. Sonaban tiros, se acumulaban los muertos y heridos, cuando, el día 26 , tal como se había planificado, una gruesa columna de hombres con las banderas de Francia, Inglaterra y de Su Majestad Sarda, mezcladas con pabellones uruguayos, banderas garibaldinas y turcas, irrumpieron en la plaza.

Precisaban pasar rumbo a la Catedral, para el Te Deum, y luego rumbo a la Confitería Oriental, para el banquete. Iban al frente los representantes diplomáticos, seguidos por columnas de sesenta marinos de la escuadra francesa y una multitud de orientales. Al grito marcial de “¡Viva la República!”, los contendientes hicieron alto al fuego y les dejaron pasar.

El banquete, para el cual Folle vendió mil quinientas entradas, fue estupendo. Todavía se hablaba del evento, cuando Muñoz fue derrotado.Para los habitantes de la campaña la consecuencia de la Guerra de Crimea fue una sola: vieron llegar, como una invasión llamada a quedarse, a las babuchas que los ingleses les habían copiado a los turcos y cuyos sobrantes de venta colocaron en el Plata. Las adoptaron, como bombachas de gaucho, hasta sumarlas al guardarropa folklórico.

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Ana Ribeiro

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