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Voto crucial y electrizante

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CLAUDIO FANTINI
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En la antesala de las urnas, la atmósfera es densa, cargada de presagios. Lo que ocurra a partir del martes es una incógnita. Es posible que se cumpla lo que anunciaron las encuestas, pero también que el “voto oculto” termine sepultando ese vaticinio

Y existen riesgos. Por caso, que la paridad en el sufragio de los ciudadanos derive en un empate en el Colegio Electoral o, peor aún, que si pierde Trump no reconozca el resultado.

El empate en el Colegio Electoral tiene antecedentes: Jefferson en 1800 y John Quincy Adams en 1824, fueron consagrados por la Cámara de Representantes, como dicta la Constitución si hay paridad de electores.

El antecedente sobre desconocer un resultado resulta más inquietante: los estados sureños no reconocieron el triunfo de Abraham Lincoln sobre sus tres contrincantes en 1860, por considerar que su candidatura era ilegal. Fue el comienzo de la crisis que desembocó en la Guerra de Secesión.

Todo resulta extraño. El aluvión de votos anticipados evidencia que en las urnas se juega mucho más que una política impositiva o un modelo económico. Lo que está en juego es la institucionalidad. Un sistema que coloca las instituciones por encima del gobernante, podría entrar en descomposición a la sombra de un liderazgo inconcebible.

Un liderazgo que se pone al margen de las reglas y vence las leyes de gravedad de la política. De ese modo acumula poder para situarse por encima de las instituciones que impiden la concentración personalista de poder. El sistema que fortaleció a Estados Unidos.

La anormalidad de lo que se juega explica el fenómeno Biden: la rareza de que un candidato sin demasiadas luces ni carisma, tenga chance de ser presidente. Si gana la fórmula demócrata, más que un triunfo de Joe Biden, será una derrota de Trump.

La compulsa tiene sólo un protagonista. Los votos serán por Trump o contra Trump. El mayor mérito de Biden es no ser Trump. Con eso basta para simbolizar todo lo que está en peligro.

A Biden le alcanza con ser respetuoso y no irradiar egolatría; con no insultar ni hacer bullyng; con tener un carácter sereno, un porte discreto y una sonrisa amable, contrastando con la grandilocuencia escénica y la sonrisa triunfalista de su contrincante.

Biden no tuvo profundidad ni supo explicar la cuestión medular de esta contienda. Quienes lo voten, no votarán por él, sino contra Trump. Votarán para sacar del escenario a quién lo monopoliza con agresiva aparatosidad. Votarán contra lo que tiene en común con líderes populistas de izquierda y derecha: gobernar como un agitador permanente; partir la sociedad en dos, inocular odio político; demonizar al adversario como “enemigo”; culpar de todo a los medios; hacer de la mentira un sistema y convertir la política en escenario donde desplegar un histrionismo agresivo.

Habiendo leído o no al jurista alemán Carl Schmitt o a quienes reciclaron su pensamiento para el siglo XXI, como Chantal Moufee, o Laclau en su libro “La Razón Populista”, el presidente supo “legitimar la rabia” de los ultraconservadores.

Los prejuicios raciales y el estupor por las conquistas feministas y la admisión de la diversidad sexual, generan en las capas más conservadoras la sensación de que sus creencias, tradiciones y costumbres fueron barridas por una elite progresista que desde el Partido Demócrata y los medios de comunicación impone su agenda de cultura liberal.

Ese conservadurismo duro siente que Trump le devolvió la voz. Por eso el fervor “trumpista”. Fervor que no se alimenta de políticas económicas sino, fundamentalmente, de su avance en el terreno del Derecho. La conquista de la Corte Suprema y de cientos de cámaras y cortes estaduales mediante el nombramiento de jueces “originalistas” y otras variantes ultraconservadoras, enardece al fundamentalismo bíblico y a los republicanos radicales.

El senador Mitch McConnell piloteó la colonización de la Justicia, mientras Trump enamoraba a los amantes de las armas y a quienes temen a los inmigrantes.

Contra Trump votarán los que entienden al Estado de Derecho como sistema de controles y equilibrios; los agobiados por su personalismo exuberante y los que consideran que el sistema funciona cuando en la presidencia hay un “mandatario”, no un monarca.

Biden sólo será el receptor de esos votos. Si las urnas lo imponen a pesar de sus levedades, será porque es mayoritario el rechazo a la sociedad dividida y enervada, así como el aturdimiento y hartazgo con el histrionismo vociferante.

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