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Una victoria de la represión en Cuba

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CLAUDIO FANTINI
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"No todo está muerto, hay alguien despierto”, dice Pablo Milanés en Flores del futuro, la canción que compuso para acompañar las protestas en Cuba. 

Se refiere a los miembros del grupo Archipiélago, el movimiento San Isidro y demás agrupaciones disidentes que se atreven a levantar la voz contra un régimen represor.

Lo que “no está muerto” sino “despierto” se niega a recitar los rezos que impuso el castrismo para sacralizarse; no grita “patria o muerte” ni se arrodilla ante los héroes endiosados del panteón ideológico.

Sobre la versión castrista de los “camisas negras” con que el régimen ataca a los manifestantes y acosa a quienes convocan las protestas, el cofundador de La Nueva Trova manifestó en una entrevista su “desprecio por esas turbas” que supuestamente representan “lo mejor del pueblo”.

A Pablo Milanés le da “vergüenza ajena que gente de mi raza se preste a ser como los antiguos cazadores de cimarrones de su propio suplicio y dolor”.

El autor de El breve espacio en que no estás dice, con el humanismo que lo caracteriza, lo que aún callan tantos en el mundo por preferir la comodidad de la creencia. En definitiva, el dogmatismo ideológico se forjó en el mismo molde del dogmatismo religioso. Ese silencio premia la represión preventiva que abortó el 15N, la marcha de protesta que debió realizarse el lunes en Cuba.

El régimen se propuso cortar el grito en la garganta, impidiéndole llegar a la boca para hacerse escuchar. Y lo logró.

Las masivas movilizaciones que protestaron el pasado 11 de julio, habían tomado por sorpresa a las autoridades. La reacción fue tardía, porque las fuerzas represivas salieron cuando las multitudes ya inundaban las calles y las plazas.

Para retomar el control, el régimen reprimió con fuerzas policiales y militares, la brigada de elite Boinas Negras y fuerzas de choque que ejecutaban “acciones piraña” actuando en grupos de entre cinco y doce hombres que se abalanzaban sobre activistas, lo arrastraban y lo molían a patadas y trompadas.

Cuando las protestas fueron sofocadas, las cárceles quedaron colmadas y se realizaban juicios sumarios para justificar con fallos inauditos los apresamientos de cientos, sino miles, de manifestantes.

De cara al mundo, para el régimen el saldo de aquellas protestas fue demoledor porque había quedado expuesta su naturaleza represiva.

Pero esta vez el régimen actuó de antemano y tomó por sorpresa a quienes convocaron la marcha del lunes 15. Interrumpió el acceso a internet, incomunicando a los organizadores y a la sociedad; le quitó la credencial a la agencia española EFE y a otros corresponsales extranjeros, y apresó en sus propios hogares a los referentes de la disidencia que habían convocado la protesta.

Cuando el dramaturgo Junior García, principal referente de la agrupación Archipiélago, intentó salir de su domicilio el domingo para hacer una recorrida en solitario con la intención de reconfirmar a sus seguidores la marcha del día siguiente, encontró apostado ante su puerta un amenazante grupo de personas enviadas por el régimen a convertir en una celda su propia casa. Y en la madrugada del lunes, los domicilios de más de un centenar de activistas y referentes de la disidencia quedaron cercados por las bandas enviadas por Díaz Canel para impedirles salir a la calle.

Temían ser detenidos, pero no esperaban que el régimen los apresara en sus propias casas.

En la antesala del 15N, un apagón de internet incomunicó a la sociedad y aisló a los convocadores. Una ola de amenazas contra todos los referentes de la disidencia, neutralizó a varios. La Habana, amaneció militarizada. Al menos tres efectivos en cada esquina del malecón y en cada cuadra de las áreas centrales de la capital cubana. Todo estaba plagado de uniformados y de agentes de civil. Los ojos del régimen llegaban a cada transeúnte.

El plan era abortar las aglomeraciones desde las primeras células. Cuando dos o más personas se acercaban entre sí, eran de inmediato abordadas por agentes que las separaban o detenían si ofrecían resistencia. El régimen cubano logró su cometido. A la consecución de su meta colaboró un aspecto controversial de los medios internacionales de comunicación: restan espacio a un acontecimiento si no tienen imágenes para mostrar.

La represión que abortó la protesta debió tener mucho más espacio que el que ha tenido en la televisión de Europa y de las Américas. No lo tuvo porque el régimen logró evitar que se registren imágenes de las acciones represivas. Y sin imágenes impactantes, declina el interés de muchos grandes medios.

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