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Trump y el impeachment

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CLAUDIO FANTINI
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Según Donald Trump, se trata de una patraña de los demócratas para evitar que logre la reelección el año próximo, porque en las urnas no pueden vencerlo. Pero lo que está a la vista parece indicar otra cosa.

Por un lado, las encuestas lo que muestran es que es él quien podría perder. Y por otro lado, también resulta evidente que Nancy Pelosi nunca estuvo ansiosa por someterlo a juicio político.

Por el contrario, la titular de la Cámara de Representantes está convencida de que un impeachment victimizaría a Trump ante el sector conservador de la sociedad que se identifica con él y terminaría beneficiándolo en las elecciones del 2020.

Si Pelosi llega a tal conclusión, es porque considera imposible que los senadores republicanos permitan la destitución del presidente. Por eso desalentó el reclamo de juicio político por la injerencia rusa en el proceso electoral que convirtió en presidente al magnate inmobiliario.

A muchos norteamericanos los perturba el sólo hecho de tener en la Casa Blanca a quien el Kremlin quería allí. El sentido común indica que si el principal adversario de un país desea que tal persona lo gobierne y, con su colusión o no, actúa para que eso ocurra, la presidencia del elegido por la potencia rival no puede ser algo bueno para el país en cuestión.

Sin embargo, Pelosi no movió un dedo, ni antes ni después del informe del fiscal especial Mueller, para habilitar los pasos hacia el juicio político.

Si ahora lo hizo, no es porque cambiara de opinión al respecto, sino porque la gravedad de las pruebas sobre la cuestión ucraniana no le dejan margen constitucional de maniobra. Pelosi instrumentó el primer paso hacia el impeachment porque no le tuvo alternativa y no por considerar que eso beneficia a su partido. En rigor, piensa exactamente lo contrario.

A simple vista, juzgar la maniobra de Trump para que el presidente ucraniano Volodimir Zelenski investigue supuestas acciones del entonces vicepresidente Joe Biden para favorecer la actividad empresarial de su hijo Hunter en el país eslavo, también perjudicaría al precandidato demócrata mejor perfilado en las primarias, favoreciendo a Elizabeth Warren. Y está claro que Trump la prefiere a ella como rival, porque la senadora por Massachusetts expresa un progresismo radical que podría asustar a franjas mayoritarias de la sociedad norteamericana.

Pero lo más significativo en las preocupaciones de Nancy Pelosi es que considere casi imposible lograr los dos tercios del Senado que requiere la destitución de un presidente. En 1974, Richard Nixon renunció cuando la Cámara de Representantes se disponía a habilitar el camino hacia un juicio político, porque sabía que los legisladores republicanos no serían cómplices de un delito.

Ni la identificación ideológica ni la disciplina partidaria hubieran sido su prioridad a la hora de juzgar el Watergate.

Nixon había hecho historia poniendo fin a la guerra en Vietnam y cambiando el tablero estratégico con el acercamiento a China que aisló a la Unión Soviética. Además, acababa de ser reelegido venciendo al demócrata George McGovern con más del 60 por ciento de los votos. Pero el viejo partido de los conservadores no parecía dispuesto a poner nada por encima de la Constitución.

Lejos de aquella conducta, los republicanos de hoy parecen dispuestos a salvar a Trump en el Senado, sin que importe cuan evidente resulte que haya intentado, personalmente, que Ucrania interfiera a su favor en el proceso electoral en curso.

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