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Tragedia de rasgos bíblicos

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Claudio Fantini
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Detrás de toda diáspora hay una tragedia. Desde las masas que se desplazaron en la remota antigüedad hasta la multitud de hondureños que caminan hacia Estados Unidos, lo que dejan a la vista son dramas históricos.

Tanto las diásporas judías causadas por Nabucodonosor II de Babilonia en el siglo VI AC, el emperador Tito de Roma en la primera centuria de la era cristiana y la corona española a los sefaradíes en el siglo XV; como las que marcaron el siglo XX con los armenios víctimas del supremacismo turco, los musulmanes e hindúes que marcharon a contramano en 1947, los albaneses de Kosovo expulsados por Milosevic y los balseros cubanos que escaparon del totalitarismo castrista; además de la diáspora de los venezolanos que en pleno siglo XXI huyen del hambre y la dictadura que arruinó el país. Todas evidencian tragedias.

Lo mismo muestra el increíble río de personas que avanza a pie desde Honduras hacia Estados Unidos. Voceros del gobierno hondureño hablan de un plan financiado por Nicolás Maduro para que esta diáspora tape a la de los venezolanos que huyen de las penurias del chavismo y a la de los nicaragüenses que huyen de la represión de Daniel Ortega y su esposa. Es posible, pero eso no cambia nada.

Honduras y Guatemala llevan años produciendo una diáspora oceánica, pero por goteo. La diferencia es que este caudal de gente desesperada que se puso en marcha visibiliza el drama de países atormentados por el crimen y por gobiernos ineptos y corruptos.

Las diásporas producidas por las calamitosas dictaduras que imperan en Venezuela y Nicaragua no pueden tapar la tragedia de hondureños y guatemaltecos. A la corrupción y la arbitrariedad los gobiernos de ambos países suman una pasmosa ineptitud para relanzar la economía, crea fuentes de trabajo y organizar fuerzas de seguridad que puedan poner freno a la delincuencia criminal.

Mientras el presidente Jimmy Morales busca expulsar a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) para que nadie en nombre de la ONU ponga la lupa en los pliegues más oscuros de su administración, Juan Orlando Hernández se aferra al poder a expensas de la Constitución y de la transparencia electoral.

Por intentar la misma manganeta que perpetró Hernández para eludir el impedimento constitucional a la reelección, a Manuel Zelaya le dieron un golpe de Estado los poderes Legislativo y Ejecutivo, dejando el poder en manos del turbio Roberto Micheletti.

Hernández realizó con éxito la maniobra reeleccionista que le costó el cargo a Zelaya en el 2009. Y la completó con una elección que dejó sabor a fraude.

Con esos diplomas gobierna Honduras el presidente que debió, por lo menos, pronunciar un discurso medular y profundo sobre las causas, las consecuencias y el significado de esta diáspora de dimensión bíblica que el mundo observa con perplejidad. Pero no dijo nada. Como si un caudaloso río humano corriendo desesperadamente a estrellarse contra el muro de Trump, no tuviera relevancia ni evidenciara una descomunal tragedia.

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