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Tiempo de teorías conspirativas

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claudio fantini
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Un avión en el que los pasajeros aplauden con admiración al pirata aéreo que somete a la tripulación y desvía el vuelo. A eso se parece el Partido Republicano empujado por Donald Trump hacia sus propias metas.

Así lo perciben muchos norteamericanos que no pueden entender lo que confirma una encuesta: la mayoría de los conservadores creen que se cometió un fraude masivo para entregar el gobierno a los demócratas que convertirán a Estados Unidos en Venezuela.

Rudolph Giuliani vociferando esa teoría delirante mientras el sudor surcaba sus mejillas con tintura del cabello, constituía una metáfora de lo que está haciendo el magnate neoyorquino: un espectáculo decadente y patético.

Ante la mirada estupefacta de las mayorías en Estados Unidos y buena parte del mundo, un grupúsculo atrincherado en la Casa Blanca lucubra jugadas truculentas pero sólo consigue multiplicar su fracaso en las urnas. Trump perdió en el voto de los ciudadanos, pierde en el voto electoral y suma derrotas en tribunales estaduales. Pero no se da por vencido y explora otra jugada, intentando en estados en los que fue vencido que se declare fallida la elección para que, en lugar de los electores del ganador que deben enviar los gobiernos estaduales, se envíen electores designados por las legislaturas locales con mayoría republicana.

Giuliani le busca la vuelta a esa fórmula que se usó en elecciones complicadísimas como la de 1876, en la que Samuel Tilden perdió la presidencia a manos de Rutherford Hayes, a pesar de haberlo vencido en el voto de los ciudadanos y en el Colegio Electoral, donde votan los Estados.

Paralelamente, las usinas trumpistas irradian una teoría conspirativa descabellada, según la cual el régimen chavista se inmiscuyó en el sistema electoral a través de la empresa Smartmatic y ejecutó un fraude, para que “el comunismo” se apodere de Estados Unidos.

El atrincheramiento de Trump y su negativa a reconocer el resultado esgrimiendo argumentos inverosímiles, no es lo único inquietante en esta comedia distópica. Más inquietante aún es la cantidad de gente dispuesta a creer la lucubración de un grupo que por momentos parece una secta lunática dispuesta a cualquier cosa. Un fenómeno que se percibe a nivel global.

Siempre hubo consumidores de teorías conspirativas, pero en esta etapa de la historia se estaría registrando un crecimiento a partir de las redes sociales.

Los partidos y regímenes totalitarios del siglo 20 lograban convertir sociedades en sectas fanatizadas, mediante sofisticados métodos de adoctrinamiento que alcanzaban niveles de “lavado cerebral”.

Algo parecido están logrando ahora los liderazgos personalistas que construyen poder por encima de las instituciones, pero con métodos más rudimentarios que los usados por los totalitarismos.

La mentira como sistema y otros métodos de culto personalista, logran adhesiones emocionales fervorosas en porcentajes significativos de la población. Las redes sociales facilitan la tarea creando aldeas virtuales, en las que todos los aldeanos comparten la misma visión de las cosas y consumen las mismas versiones e interpretaciones de los acontecimientos.

En esas aldeas ensimismadas, la realidad objetiva y visible es reemplazada por la teoría conspirativa difundida por el liderazgo a través de sus usinas de divulgación.

Millones de argentinos ven sólo “lawfare” contra Cristina Fernández y su entorno, allí donde se perciben a simple vista las pruebas de una corrupción sistemática. Aunque menos, otros millones de argentinos se niegan a ver las medianías y opacidades de Macri, además de los visibles fracasos de su gestión. Lo mismo ocurre, a izquierda y derecha, en la región y el mundo.

Las teorías conspirativas, incluso las más ridículas, están reemplazando a la razón por la creencia y la emoción.

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