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La sombra de Mussolini

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Claudio Fantini
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En el mundo se populariza el Bella Ciao, pero en Italia regresa al poder la ideología a la que combatían los partisanos que cantaban ese himno antifascista.

Hoy lo cantan las mujeres iraníes contra el fascismo religioso de los ayatolas y, hace sólo dos años, resonó en las ciudades italianas al celebrarse 75 años de la liberación de Italia por la caída de Benito Mussolini ante la ofensiva aliada encabezada por el general Patton y el mariscal Montgomery.

El 26 por ciento que convirtió a Hermanos de Italia en la mayor fuerza política del país ¿implica que los italianos añoran el fascismo que los hizo aliados de Hitler y los llevó al desastre?

No parece añoranza del fascismo mussoliniano, sino un síntoma de la tendencia mundial hacia extremos y anti-sistemas. Además, Hermanos de Italia se ha corrido hacia el centro. A medida que el insignificante cuatro por ciento que obtuvo en las urnas del 2018 empezó a crecer, Giorgia Meloni trató de bajarle decibeles ideológicos a su discurso. Comenzó por pedir a sus dirigentes y a sus militantes que dejaran de hacer en público el “saludo romano”, que es el brazo extendido de los nazis, los franquistas y demás ultraderechas del mundo que lo copiaron, precisamente, del los fascistas italianos. Después abandonó las referencias y elogios a Mussolini.

Al menos en las formas, se fue deslizando hacia el centroderecha de manera proporcional al aumento del apoyo que mostraban las encuestas. Y ya quedan pocas señales del molde ideológico que la forjó. En el lenguaje de los símbolos no queda mucho más que la llama figurativa en la que el rojo-amarillo del fuego es reemplazado por los colores de la bandera italiana. El logo del partido que ganó la elección es el símbolo que preside la tumba de Mussolini. Pero la intensidad política de esa llamarada simbólica, ha disminuido.

Aún así, desde que el fascismo quedó reducido a escombros en la Segunda Guerra Mundial, jamás había vuelto a gobernar. La ideología totalitaria del duce se había mantenido a través del Movimiento Social Italiano (MSI), partido creado por lugartenientes de Mussolini como Giorgio Almirante y Augusto De Marsanich, pero no pudo encabezar ningún gobierno.

Gianfranco Fini y la nieta del dictador, Alessandra Mussolini, convirtieron el MSI en Alianza Nacional. Esa nueva versión del fascismo llegó a integrar un gobierno de coalición, del que Gianfranco Fini fue ministro de Relaciones Exteriores, pero no lo encabezó.

La siguiente versión siglo 21 del fascismo es Hermanos de Italia, el partido más votado en la elección del domingo. Por primera vez desde la caída de Mussolini, un partido que lo reivindica gana una elección. ¿Esto implica que Italia volverá a los tiempos del duce?

Eso parece imposible. Primero, porque si bien fue el partido más votado, el 26 por ciento que logró está lejos de las mayorías que acompañaron la construcción del régimen fascista en la primera mitad del siglo 20.

Seguramente, Italia no se retrotraerá al autoritarismo, el corporativismo, las leyes racistas y la violencia política que impuso Mussolini como estructura social y como modus operandi del poder. Tampoco hará guerras como la de Abisinia, en Africa, iniciada por el afán cesarista del duce.

Lo que intentaría Meloni desde el gobierno es poner marcha atrás en cuestiones socio-culturales de relevancia crucial, como la aceptación de la diversidad de géneros, la eutanasia y el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.

También avanzará la xenofobia contra la inmigración porque, en el nuevo gobierno, Matteo Salvini no tendría los límites que le ponía su anterior alianza política con el moderado Luigi Di Maio.

La intolerancia étnica, sexual y cultural podrán imperar a sus anchas con el primer gobierno monocolor en años.

Además, la derecha extrema de Hermanos de Italia, compartiendo el poder con la derecha durísima de La Liga y la centroderecha liberal-conservadora de Forza Italia, podría virar la proa de Roma desde Bruselas hacia Moscú, porque Salvini y Berlusconi admiran a Putin y quieren acercársele, aunque el estropicio cometido por el líder ruso al invadir Ucrania dificultará ese acercamiento.

Giorgia Meloni es más explícita en su adhesión al modelo nacionalista-conservador de Viktor Orban, pero nadie que admire al líder húngaro puede no admirar al jefe del Kremlin y su modelo antiliberal, ultranacionalista, supremacista eslavo y conservador-religioso.

Aunque Meloni nunca atacó a la OTAN, Salvini y Berlusconi son admiradores de Putin y el gobierno que integrarán podría resultar más “euroasianista” que atlantista. Incluso, si el resultado que finalmente arroje la guerra en Ucrania lo favorece, podría apoyar el reemplazo de la OTAN por la “alianza de seguridad desde Lisboa a Vladivostok” que viene impulsando el Kremlin desde que enciende los calefactores y motores de Europa con su gas y su petróleo.

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